Por Eduardo Mackenzie
Para El Expediente, Bogotá
18 de septiembre de 2020
Desde la tribuna que le ha dado la revista Semana, Arial Ávila mostró un video con el que él cree poder cerrar el debate sobre lo que pasó el 8, 9 y 10 de septiembre en Bogotá. Él dice que ese video es “la prueba reina” de la “brutalidad policial”. Con esa “prueba” el pretende obtener la renuncia del ministro de Defensa. Nada menos.
En realidad, lo que Ávila busca es más grave: él quiere que los próximos golpes de encapuchados formados por el Eln y las Farc, que él anuncia como “manifestaciones pacíficas” para “los próximos días”, no sean contenidos, ni reprimidos por la fuerza pública. Todo acto defensivo de la sociedad y del Estado será calificado por la extrema izquierda como “brutalidad policial”.
Esa gente busca que la sociedad quede desprotegida ante los avances de la guerra castro-chavista. Con leñazos psicológicos y enormes mentiras, la subversión quiere llevar la sociedad colombiana a aceptar pasivamente los actos sangrientos que el narco-comunismo está propinando a escala nacional.
“Ustedes van a ver un video que muestra cómo la Policía habría utilizado armas de fuego contra manifestantes que tenían piedras y palos”, anuncia Ávila. Y agrega esta monstruosidad: “Los cogieron a mansalva, literalmente, apuntaron a sus cuerpos, tiraron a matar”. Pero el video no muestra eso.
Quien examine con atención ese documento verá que los dos policías que disparan estaban a 9 o 10 metros de los amotinados. Oirá los estallidos previos de cuatro cocteles Molotov. Verá que los dos policías salieron a defender un grupo de ocho uniformados que se protegían detrás de unos escudos de plástico, contra vándalos que les lanzaban piedras y palos y trataban de acercar a ellos las llamas del incendio que habían provocado. Tras los primeros disparos, algunos al aire, se levanta una nube de polvo que impide ver lo que pasa en el campo opuesto. Eso lo muestra el video, pero Ariel Ávila calla esos detalles. Ariel Ávila no los quiere ver. Ávila no dice lo que el video muestra sino lo que él quiere ver en el video. Su crónica es parcial, torcida, sectaria.
El video muestra en, efecto, a dos policías que disparan. ¿Disparan “a mansalva”, es decir sin peligro para ellos? No. Disparan en el marco de una escena de guerra. Es lo que muestra el video, para quien quiera ver. Es una escena de guerra de nuevo tipo, irregular, asimétrica, urbana. Es la guerra “molecular” que afecta en estos momentos a otros países, como la que hacen los Black Lives Matter en los Estados Unidos y los Black Bloc en Francia.
Ese dramático momento en Bogotá fue, además, un eslabón de otros ataques similares que ocurrieron ese día en varios puntos de la capital y de otras ciudades colombianas. ¿Por qué Ávila no indica la fecha y la hora del video? Porque no quiere admitir que los incendios de buses, ataques a edificios e inmobiliario público y, en particular contra los CAI de la Policía, habían durado horas. La presión psicológica que se acumuló en la Policía durante esa jornada, con una veintena de CAIs reducidos a cenizas, estalló, como lo habían previsto los provocadores. Ariel Ávila no quiere que esos elementos de la realidad sean observados.
El video de Ávila es, a pesar de todo, instructivo. Muestra cómo opera la subversión. Cómo prepara sus emboscadas y como aíslan a grupos de uniformados desarmados, para precipitarse enseguida sobre ellos y quemarlos o intentar quemarlos, como han hecho en otras “manifestaciones pacíficas” desde 2018. Esos ataques siguen un guión, un ritual, unos ritmos. Primero es la llegada discreta de los agitadores, después el tumulto. Enseguida vienen las pedreas para cercar al grupo de uniformados que resiste el primer envión. Después desatan el ataque con piedras, garrotes y varillas, antes de cerrar con bombas explosivas e incendios y con la dispersión de los policías, heridos o no.
El video muestra eso, muestra una operación criminal bien calculada y ejecutada con frialdad, profesionalmente. Pero Ariel Ávila no ve nada de eso.
A fuerza de practicar la indignación selectiva, de banalizar la violencia, de relativizar el accionar de las bandas, de disculpar al agresor pretendidamente “político”, Ariel Ávila termina por no poder distinguir entre la noche y el día, entre una escena de guerra y una fiesta juvenil, entre un acto de legítima defensa y un “ataque a mansalva”.
Ávila escribe que “la Policía disparó a matar en algunas zonas”. Lo que muestra su video es que disparó para defender a otros policías. Dice que la policía “usó las armas contra la población civil”. ¿Población civil? Él llama “población civil” a unos matones que usaron pistolas y cuchillos, a unos energúmenos adiestrados que arrojan con maestría bombas incendiarias. ¿Esos actores son “población civil”? Ávila pretende hacer pasar su extraña cultura política como un valor universal.
Ávila afirma que la “utilización de las armas fue planeada”. ¿Dónde está la “prueba reina” de eso? ¿Tiene él grabada esa orden? ¿Tiene un texto donde consta lo de la “planeación” de la utilización de las armas? No, Ávila no tiene nada de eso. Lo que dice es inventado por él. Es una suposición, no un hecho. Es fantasía, burda literatura para abusar de la credulidad pública.
Ariel Ávila emplea la retórica enmohecida de la Juco: “Colombia es, supuestamente, una democracia”. El insinúa que Colombia es una “dictadura” encubierta. ¿Si Colombia es una dictadura por qué él se queja? Se queja porque, en realidad, en su fuero interno, sabe que el sistema político de Colombia es legítimo y es legitimado por los electores.
Pero él, prisionero de una ideología, no cede ante la realidad. Prefiere la bestialidad de los depredadores, ve eso como un “derecho”, aunque sabe que lo que está en juego es la destrucción de las libertades de su país.
Ávila se transforma en un Robespierre de pacotilla cuando pide que “rueden cabezas”.
No de todos los actores de esos días de desastre, sino de las autoridades. El no pide la cabeza de gente como Gustavo Petro quien alentó y orientó el vandalismo homicida de esos tres días. Ávila trabaja para Petro y para la alcaldesa verde Claudia López y su objetivo de arruinar la policía.
Desde que fue abandonada la doctrina de la Seguridad Democrática, la policía entró en una dinámica discordante. Sus efectivos se ven forzados a encarar confrontaciones cada vez más duras, complejas y frecuentes. Cuentan con agentes abnegados pero sin entrenamiento psicológico y de seguridad suficiente. La dotación de equipos no siempre es adaptada. El armamento a veces es incompatible, y hasta peligroso, sobre todo para reprimir montoneras iracundas, proteger la población y los edificios públicos.
Lo curioso es que quienes piden “reformar” o “transformar” la policía no buscan superar esas deficiencias sino agravarlas. Fomentan el desorden interno y desvían la formación de personal. La modernización de los equipos es frenada con argumentos contables. Así, empujan la fuerza pública hacia un ciclo perverso: entre más excesos, menos formación y recursos y menos dotaciones adecuadas. Esa dinámica de desgaste provocado está en marcha.
Según informes de la inteligencia militar, reveladas a la prensa (1) una serie de manifestaciones violentas fueron programadas con las más diversas disculpas, para convulsionar al país de aquí hasta el comienzo de la campaña presidencial en 2021, y dividir al electorado demócrata y abrir las puertas a un triunfo de la minoría marxista con un Gustavo Petro que aparecerá como el “mesías salvador emanado del pueblo”.
Aunque los arquitectos de ese proceso evitan citar a Petro, a los congresistas de las Farc, del Polo y a otros como determinadores de esa dinámica, la población civil está adivinando lo que pasa y reaccionando contra esa amenaza y realizando actos de repudio a los agitadores como ocurrió ayer, entre otros lugares, en Envigado, Antioquia, donde la población rodeó a los agitadores y los obligó a abandonar la plaza.
El gobierno de Iván Duque podría desbaratar el curso subversivo y abrir un ciclo virtuoso: reforzar la fuerza pública, aumentar sus efectivos, educarlos más en el mantenimiento del orden en los diferentes niveles y quebrar la ofensiva narco-terrorista. En Europa, ante el aumento de los desórdenes urbanos, hay un viejo refrán que ahora regresa: “Policía en todas partes es violencia en ninguna parte”.