Por: Roberto Trobajo
Estamos llegando a la encrucijada de cambiamos o nos ponen peor.
No podemos permitirnos votar por parecidos. ¿Cómo es eso? Tenemos que elegir al que sea distinto, porque se viven otros tiempos, estos muy difíciles y los venideros podrían ser muy duros, máxime que nada es ni será como antes de la pandemia.
Tenemos que romper con la manía de votar por el menos malo… pues sería peor que cualquiera conocido.
Improvisar devendría en altísimos riesgos, y de equivocarnos conllevaría a males irreversibles.
Hay que juzgar y votar, según nuestras razones –prevaleciéndolas por encima de las emociones- porque está en juego la sobrevivencia, y los romanticismos no alimentan cuando se trata de llenar despensas.
Esos que andan pintando cambios, con cuentos (que ni ellos mismos se creen) son cantos de sirena para embobar, engatusar, en pos de votos que los suban al poder… para sobrevivir ellos, con algunos de los suyos, y a costa de nosotros.
Los “neocomunistas” son esos que tildan de neoliberalismo a todo lo que se oponga a sus intereses, mezquinos.
En definitiva nadie llegó al comunismo y el socialismo (que se supone es el camino, la etapa de transición del capitalismo al idílico comunismo) jamás ha funcionado ni sirve en los pocos países rojos.
El socialismo es un fiasco, que nunca sirvió, por cuenta de los egos dictatoriales de sus abanderados…descarados ávidos de vivir de pueblos sojuzgados.
Por estos lares, Latinoamérica, vienen proliferando ególatras anhelando poderes para satisfacer sus frustrados sueños de vivir como ricos “siendo alguien en la vida”.
Esos monstros, adefesios politiqueros populistas, nada inteligentes y sí muy astutos, se aprovechan de ignorancias, miedos, sueños truncados, desvelos, y hasta envidias para exacerbar mentes agobiadas, que atrofian empujándolas a despeñaderos y/o sumergiéndoles en los letargos que se malviven en regímenes incambiables (Cuba, Venezuela) y después toca huir, migrar, sufrir desarraigos, verse parias.
Otros especímenes a evitarnos son los que, desde la derecha o metidos en un centro cada vez más difuso, se ponen a decir que podrían cambiar las cosas –vanas promesas- pero con qué: ¿Con las mismas recetas de siempre? Imposible vislumbrar cambios y creerles menos.
Hacen falta líderes reales, untados de pueblo, sin rabos de pajas; debe haberlos.
Y entonces a forzar a que se muestren –con hechos- interesados en resolver (no sus problemas) y sí los muchos líos que tiene la gente, hoy, ahora, rollos que vienen de antes y que no podemos tenerlos mañana ¡Ni locos que seamos!
Cambiamos a los políticos, o ellos nos acaban. Mandamos con los votos. Lo que se nos viene es duro, y tenemos que priorizar nuestra sobrevivencia.