Por: Fernando Londoño
Creyeron tenerlo todo. Un Presidente comprado para su causa, la comisión de áulicos que seguía sus apetitos en Cuba, la prensa que repleta de publicidad cantaba el coro de la Paz, un Congreso lleno de mermelada que los aplaudía, una Corte Constitucional dispuesta a perdonarles cualquier cosa que hubieran hecho, cualquier crimen que hubieran cometido. Todo estaba calculado. Todo dispuesto. Todo garantizado.
Pero iban navegando con brújula equivocada.
Calcularon que la gente se cansara de guardar la memoria de sus atrocidades y que nadie la tuviera recogida con valor y con paciencia. Y por ahí les empieza el capítulo de su nueva tragedia.
El duro acantilado donde iban a estrellarse se llama Herbin Hoyos, un paciente piloto prestado al periodismo, que se dedicó por años, con voluntad inquebrantable, a escuchar la voz de los más desgraciados de todos, los secuestrados, para hacerla llegar a sus otras víctimas y carnada de los apetitos insaciables de esas FARC, las familias desoladas. Se llamó ese espacio “las voces del secuestro”, que se llenó de dolor y oprobio para convertir la esperanza en la más triste mercancía.
Pero Herbin Hoyos no se limitó a a guardar el tesoro de esas memorias. A propósito de ellas, volcó su curiosidad hacia los hechos, hazañas y miserias de esa canalla. Y se encontró, acaso sin buscarlo, el cofre que guardaba la crueldad de estos malditos con los niños campesinos.
Herbin Hoyos no se limitó, entonces, a servir de portavoz del dolor del secuestro. Se convirtió en historiador de ese grupo de malditos. Que como todos los criminales habituales, para seguir la clasificación de Ferri, hicieron ostentación de su credo, de su crueldad, de su capacidad infinita para ser canallas.
Las FARC pactaron con Santos el olvido técnico de su miseria. Y como resultado del “acuerdo” que haría de un perfecto mediocre, de un truhan cínico y de un vendedor de estiércol encomiado como humanitarismo, un Premio Nobel de Paz, convinieron muchas cosas terribles, brutales, asquerosas. El olvido de los bombardeos, el archivo de las fumigaciones, la eliminación de las extradiciones, y por supuesto de sus expedientes, de su historia delincuencial.
Fue Herbin Hoyos, quien nos dijo en La Hora de la Verdad, en un testimonio que nadie puede perder del corazón, repetido en You Tube y Facebook del jueves pasado, que como resultado de esa prostitución de la justicia, del decoro, de la dignidad de un país que fue el Acuerdo de Paz se dispuso archivar seis mil (6.000) expedientes, expresados en letras y números para que no quede duda, que contienen las atrocidades de esos salvajes con los niños campesinos de Colombia. Por supuesto que esas investigaciones de la Fiscalía, con pruebas, testimonios, documentos, confesiones, pericias irrecusables, son apenas porción modesta de la verdad plena. Los niños secuestrados,
violados, asesinados; las niñas obligadas al espanto de los abortos forzados; los fusilamientos de niños y niñas que con su llanto rebajaban la “moral” de la tropa diabólica, superan muchas veces las 6.000 investigaciones formales de la Fiscalía.
Esos expedientes hay que rescatarlos hasta de la desidia, la ineptitud y la cobardía del Fiscal Barbosa. No importa dónde los tengan guardados, bajo siete cerraduras de ignominia, hay que sacarlos a la luz.
Pero Herbin Hoyos no se ha quedado en esa denuncia sobrecogedora. Con su paciencia de historiador insobornable, tiene reunido el decir de miles de niños y de niñas que padecieron secuestros, violaciones, abortos., adoctrinamiento miserable, enseñanza del odio y de las armas. Que fueron obligados a fusilar sus amiguitos y que han sobrevivido de milagro.
Pero no solo eso. Hoyos tiene, por docenas, los folletos impresos por esa canalla que recogen sus miserias. Tiene, por miles, fotografías, videos, audios inconfundibles de los jefes de la guerra, como así llaman la cadena de sus crímenes. Cada congresista de estos bellacos, hombre o mujer, cada jefe de campaña, cada comandante de escuadra, tiene su prontuario, que Hoyos presentará ante la JEP, para hacerle imposible su deserción, su traición, su alevosía. A las puertas de esa sedicente desgraciada Corte, llegarán las voces inconfundibles, veraces, insobornables de miles de niños y niñas de ayer, hoy mayores, que no se cansarán de repetir su verdad dolorosa, reveladora, invencible. La JEP hará lo que quiera para acallar esas voces acusadoras y desgarradoras. Pero no importa. El mundo sabrá la verdad.
Los miserables absueltos por sus cómplices de la JEP, se enfrentarán un día a la justicia internacional. Y allá no habrá consuelo para sus lamentos ni compasión con sus delitos. La humanidad sabrá, con gusto o por fuerza, en qué consistió el famoso “conflicto” que vivimos en Colombia. Y no habrá ONU que lo disculpe, ni prensa que lo encubra, ni Nobel que lo disimule. Y estamos apenas al comienzo de esta jornada. Falta mucho para completarla.