La victoria del sentido común es la derrota de los intelectuales

Por: Andrés Villota

En la primavera de 1949, Friedrich von Hayek, publicó el ensayo “Los Intelectuales y el Socialismo”, en The University of Chicago Law Review. “El Socialismo nunca y en ninguna parte ha sido un movimiento de la clase obrera”, dice Hayek.

“Es una construcción de teóricos, que se derivan de ciertas tendencias del pensamiento abstracto con el que durante un largo tiempo sólo los intelectuales estaban familiarizados”.

La utopía socialista es ese pensamiento abstracto, inventado por los intelectuales desde su ignorancia de las actividades productivas y de cualquier aproximación a la actividad económica racional, por tratarse de rémoras familiares o parásitos sociales que instrumentalizan la palabra obrero o proletario como el centro de sus teorías conspirativas.

Esos intelectuales a los que se refiere Hayek, han mutado en el tiempo a través de un proceso de degradación conceptual, que degeneró el perfil de los miembros de la intelectualidad, pervirtiendo sus postulados hasta llevarlos al nivel paupérrimo mostrado en la actualidad. Cantantes o actores caídos en desgracia, por ejemplo, son considerados los intelectuales más influyentes del Siglo XXI en los Estados Unidos.

Financiar el pensamiento abstracto de los intelectuales estadounidenses, sintetizado en los dogmas de la secta WOKE, fue una magnífica excusa que tuvo Joe Biden para aumentar el gasto inútil a niveles estratosféricos, que desató la mayor impresión de billetes sin respaldo en toda la historia que, obvio, hizo subir de manera exponencial los niveles de la inflación.

La presión de los intelectuales llevó a Joe Biden a prohibir usar dólares americanos a los rusos y a todos los que hicieran negocios con los rusos, es decir, literal, a todo el mundo, que trajo como lógica consecuencia, el uso de las monedas nacionales en detrimento del dólar americano que aceleró el final de la hegemonía estadounidense.

El presidente de Coca-Cola que prohíbe tomar Coca-Cola. Mientras Estados Unidos perdía su posición hegemónica en el contexto mundial para dar paso a un mundo multipolar, por culpa de los intelectuales estadounidenses, ellos debatían sobre la duración de las licencias menstruales de los hombres y disertaron sobre la justicia climática.

Las ideas de los intelectuales, fomentaron la migración ilegal y una política de fronteras abiertas que propició la llegada de hordas de migrantes que entraron a competir al mercado laboral con los hispanoamericanos y los afroamericanos, a la vez que hicieron aumentar los impuestos porque los contribuyentes estadounidenses fueron obligados a financiar el hospedaje y la comida de la población migrante.

La equidad de género, promulgada por los intelectuales, les abrió a los hombres la posibilidad de invadir todos los espacios reservados a las mujeres. Desfiles de ropa interior femenina, competencias deportivas femeninas, portadas de revistas de vestidos de baño de mujeres, académicas, burócratas, presentadoras de televisión, son algunos de esos espacios y de los oficios que fueron ocupados por los hombres.

Los hombres disfrazados de mujeres, desplazaron a las mujeres en todos los ámbitos de la sociedad, pero los intelectuales lo mostraron como un gran logro de las mujeres. Ese feminismo inverso, además, resultó siendo liderado por hombres abusadores, feminicidas, violadores y demás depredadores sexuales que vieron en el activismo feminista, la forma más eficaz para ocultar su vida de sátiros.

El aborto, la eutanasia y la castración química de los niños, una forma de eugenesia contemporánea, fue vendida por los intelectuales y comprada por los militantes del partido de Joe Biden y Kamala Harris, con el nombre de “derechos humanos de quinta generación”, tratando de ocultar, tal vez, el objetivo perverso que tuvieron los intelectuales estadounidenses, hace un siglo, cuando empezaron una operación de limpieza social, eliminando a todos los seres humanos considerados como inferiores por los intelectuales.

Los intelectuales, desde su atalaya de superioridad y su micro visión del mundo, están totalmente desconectados de la realidad social sobre la que pontifican. Sus ideas turbias, que pretenden atender sus intereses personales, dejan al margen los verdaderos problemas y necesidades del pueblo.

Los intelectuales, trataron de subnormales a los electores estadounidenses, vendiendo a Kamala Harris como una outsider que no tenía ningún tipo de relación con la debacle de los Estados Unidos, a pesar de haber sido la culpable al lado de Joe Biden. Ofrecer algo para solucionar esta problemática, no era serio ni creíble, entre otras cosas, porque la arrogancia intelectual, no admite aceptar los errores ni, mucho menos, corregir el rumbo, aunque esté equivocado.

La evidente desconexión de los intelectuales con el pueblo, hizo que Kamala Harris perdiera de manera apabullante las elecciones presidenciales, por andar repitiendo los dogmas WOKE en cada una de sus apariciones. Incluso, después de la derrota, dijo que iba a seguir luchando para que las mujeres pudieran decidir sobre su cuerpo, cómo si el cuerpo de un bebé hiciera parte del cuerpo de la madre, haciendo referencia al aborto financiado con recursos públicos.

Esa realidad paralela, creada por la narrativa de los intelectuales, divulgada en los medios de comunicación tradicionales y en los resultados de encuestas artificiales, frente a la realidad que padecía el pueblo estadounidense, insulta la inteligencia de los votantes y generó un descontento enorme entre los miembros del partido Demócrata que, masivamente, abandonaron sus filas.

En el año 2020, votaron por Joe Biden, más de 81 millones de estadounidenses, el candidato más votado en toda la historia de los Estados Unidos, superando, por mucho, proporcional al censo electoral, a titanes históricos del partido Demócrata del calibre de Franklin Delano Roosevelt, John F. Kennedy y Barack Obama, pero eso no les bastó a intelectuales con el nivel de Taylor Swift y Bad Bunny, entre otros portentos del canto, el baile y la estrategia política, que exigieron el cambio del candidato.

Ese cambio brusco, en la recta final de la campaña, sacó corriendo, despavorido, a un numeroso grupo de votantes del partido Demócrata y dejaron escapar a más de 13 millones de votos que, cuatro años atrás, había sido el número de votos que le había permitido el triunfo a Joe Biden, porque Kamala Harris sacó en el 2024 un poco más de la cifra de votos promedio que había sacado Barack Obama en su mejor momento.

Lo raro del asunto, es que esos más de 13 millones de votos desaparecieron, de repente, y no se fueron para la campaña del presidente Donald Trump, como lo demuestra la cifra de abstención que regresó a los niveles del año 2016. Además, en el año 2020, fue la primera elección que no se mostró el resultado, el mismo día de la votación, la tendencia de los datos del resultado cambió por arte de magia al otro día de la elección y fue la primera vez que falló el eficiente servicio del correo de Estados Unidos y se demoró varios días en entregar la totalidad de los votos que, en una muy extraña coincidencia, solo fueron votos a favor de Joe Biden.

Mejor dicho, la elección de Joe Biden en el 2020 fue un verdadero Cisne Negro al que, los intelectuales, no le prestaron mayor atención y, por el contrario, valoraron la facilidad mostrada por Kamala Harris para repetir la perorata de la agenda WOKE. Asumieron que eso era importante para el electorado.

Padecer las consecuencias de las ideas de los intelectuales, en su vida cotidiana, fue determinante para activar el sentido común de los estadounidenses ante las evidentes contradicciones que se presentaban entre la narrativa y la realidad.

La victoria aplastante del presidente Donald Trump, es la lógica consecuencia de la enorme brecha entre las dos realidades, la del pueblo y la de los intelectuales. La otra gran consecuencia del proceso electoral del año 2024, es que el fantasma del fraude electoral a gran escala, ocurrido en el año 2020, volvió a aparecer.

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