Por: Andrés Villota
Ante la inminente bancarrota del erario público colombiano, causada por el derroche, el saqueo, la ineficiencia y los malos manejos de Gustavo Petro y de sus secuaces, el presidente Álvaro Uribe propuso financiar, con capital privado, la construcción de autopistas en el departamento de Antioquia.
Lo propuesto por Uribe, no es algo nuevo. El desarrollo económico de Colombia ha sido un logro de los colombianos, no del Estado colombiano. A lo largo de la historia, el Estado, siempre, ha dependido de los recursos de los colombianos que han sido los grandes financiadores de las obras públicas, de la burocracia y de todo el gasto inútil del Estado.
El momento de mayor expansión de la economía y de mayor generación de riqueza en Colombia, fue cuando no existía la intermediación del Estado para llevar a cabo las grandes obras públicas. El Estado, por el contrario, ha sido el mayor obstáculo para el crecimiento de la economía porque su presencia indeseable, destruye la ineficiencia en la asignación de los recursos y distorsiona el comportamiento de los mercados por culpa de su omnipresencia corrupta.
La época dorada de la economía de Colombia, coincide con la vigencia de la Constitución de Rionegro (1863-1886). Esa Constitución, estableció una confederación de Estados soberanos, los Estados Unidos de Colombia. Nueve Estados autónomos para administrar justicia, defenderse con su propio ejército y crear su propia legislación, al margen de los dictámenes del gobierno federal.
La teoría del Liberalismo Económico Clásico de Adam Smith aplicada en Colombia durante la segunda mitad del siglo XIX. Un Estado federal microscópico que su actividad estaba definida y bastante limitada, que fomentaba las libertades económicas, acompañada de la liberalización total del comercio, de la enseñanza, de la prensa, de la opinión, de la asociación, entre otras muchas libertades que, en su momento, fueron consideradas de vanguardia en la región.
Contrario a la Parábola de la Tostada y de la Mermelada, cada Estado colombiano generaba los recursos necesarios para financiar su desarrollo económico, en medio de un entorno de libre mercado, sin los abusos, las ineficiencias y las distorsiones del manejo centralizado de la economía.
Es decir, cada región explotaba sus recursos naturales y sus habitantes se enfocan en ser eficientes y productivos porque de eso dependía la calidad y el nivel de vida de la sociedad. El egoísmo y la competencia que genera el querer ser los mejores, en un sistema en el que no tienen cabida los mediocres y premia a los mejores, a la excelencia.
Gracias a eso, por ejemplo, el peso colombiano era más fuerte que el franco francés. Con un peso colombiano se podía comprar cinco francos franceses porque la balanza comercial con Francia era ampliamente favorable para Colombia. Los franceses demandaban más pesos colombianos para poder pagar la quina, el tabaco o el añil que, los colombianos, francos franceses para poder comprar vinos o champaña. Además, las monedas eran respaldadas en oro para estandarizar los términos de intercambio.
La Mano Invisible de la que habla Smith, lograba la especialización de los diferentes Estados y la economía era eficiente porque no se tenía que pagar una costosa burocracia que regulara, cualquier actividad económica.
No tocaba pagar licencias, solicitar permisos, pagar impuestos sobre el patrimonio. En esa época, el suelo y el subsuelo, eran del dueño, no del Estado colombiano y el Estado era tan insignificante, que no tenía que recaudar muchos impuestos para poder funcionar.
Los líderes políticos, eran los ricos, que no necesitaban llegar al poder para enriquecerse robando, primero, porque no había nada qué robar de las arcas públicas y, segundo, porque la actividad política era un servicio que se prestaba a la sociedad y no era una fuente de ingresos o de trabajo remunerado.
La asistencia social, pagada directamente por los más pudientes, iba dirigida, solamente, a los ancianos y a los niños huérfanos de papá y mamá, porque eran los únicos en la sociedad que no se podían valer por sí mismos. El que se enfermaba iba al médico y no tenía que pagarle mensualmente al Estado por no estar enfermo.
La eficiencia en el gasto era plena, porque los recursos eran limitados y no existía la emisión desaforada de dinero sin respaldo. La actividad económica era libre, por ende, no necesitaba de las superintendencias, ni de los ministerios de comercio, ni de la igualdad, ni del medio ambiente, porque los consumidores eran los que determinaban qué consumir de acuerdo a la diversidad de sus gustos, a la calidad y al precio que se fijaba con base a la Ley de la Oferta y la Demanda.
No necesitaban que el Estado los tratara como a subnormales, diciéndoles que los polos se iban a derretir si usaban carbón en sus estufas o si usaban petróleo para encender sus lámparas. El Estado no les imponía a los consumidores, qué consumir, qué comprar o a qué precio comprar.
En el modelo del liberalismo económico clásico, el Estado no es un empleador. Las funciones son, simplemente, administrativas. En el modelo actual, del Nuevo Orden Mundial, el totalitarismo estatal se convirtió en una bolsa de empleo para los ignorantes, los mediocres, los desahuciados del mercado laboral productivo.
Después de la salida de Jorge Iván González, el único que pensaba en el régimen Petrista, alguien debió llamar a los inquilinos de la Casa de Nariño para decirles que esta vaca puede ser el final del corrupto sistema político colombiano,
Se demostraría que, el Estado, es innecesario y que nadie tendría que volver a pagar impuestos por valorización, ni el Estado necesita volver a pedir plata prestada a los ciudadanos porque los ciudadanos pueden realizar, directamente, las obras públicas que necesita y sin tener que pagar peajes a perpetuidad.
Desde ese día, conscientes de la amenaza para sus ingresos en el futuro, aparecieron las críticas a la iniciativa de la vaca, de parte de todos los que tienen el mismo perfil de analfabeta productivo o de perdedor inútil que tiene Ernesto Samper que odia al neoliberalismo porque en ese modelo económico, un tipo mediocre como él, no tendría cabida,
“La Sirenita”, como le dicen en las redes sociales al fanático activista, Ariel Ávila, está exigiendo que el gobernador de Antioquia, devuelva la plata que recibió. Otro fundamentalista doble A, perdón, triple A, Alex Flores Hernández, mundialmente famoso por haberse enrumbado en Cartagena con la primera colombiana en tener una cédula digital, radicó una denuncia ante la Fiscalía contra el gobernador de Antioquia, por lavado de activos.
Hasta la extremista radical, Isabel Cristina Zuleta, con su tonito de marchanta ilustrada, salió a exigir transparencia en el manejo de los recursos públicos y prefiere que acaben con la vaca. Aunque no entienden, recibieron la orden de su líder supremo para que detengan cualquier avance en este sentido
El ticktokero al que Gustavo Petro le dio una corbata en la dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (DIAN), saca pecho porque aumentó el recaudo de impuestos, y espera llevarlo por encima del 30% del PIB. Pero, como nunca ha trabajado ni producido, cree que subir los impuestos y amenazar con la cárcel a los contribuyentes, es lo único importante para poder financiar el cambio del gobierno del cambio.
El analfabetismo productivo del burócrata que compra las costosas medias que fabrica el hermano de las Kardashian, lo lleva a creer que va a aumentar el recaudo, aunque la economía colombiana entró en recesión y muchos de los contribuyentes que quiere meter a la cárcel, se están quebrando por culpa del desastre creado por el líder supremo de un gobierno que, cada día, se parece más a una secta por la actitud de sus miembros.
Los Petristas, desconocen que no hay tal cosa como un almuerzo gratis, como lo dijo Milton Friedman, haciendo referencia a los egipcios que le daban de comer “gratis” a los judíos porque eran sus esclavos. Los tamales, las hallacas y el sancocho trifásico, son las comidas que recuerdan, la forma cómo los esclavos se comían el almuerzo gratis que le daban sus amos.
Los colombianos, aportando a esa vaca, están destruyendo su dependencia del Estado. Esa vaca significa la libertad de Colombia.