Por: Mayor General (RP) William René Salamanca Ramírez
Desolador ver a más de medio millón de habitantes de la subregión de La Mojana con el agua al cuello, cargando bultos de arena para intentar frenar la inundación que invade más de 500 mil hectáreas de cultivos y amenaza a miles de cabezas de ganado tras el rompimiento del jarillón del sector Cara de Gato, en esa exuberante y productiva planicie de los departamentos de Bolívar y Sucre.
Sobrecogedoras las imágenes del río Telembí inundando las calles de Barbacoas y docenas de veredas nariñenses, lo mismo que en El Tambo (Cauca) y otros municipios acosados por el fenómeno de La Niña, al igual que ciudades como Barranquilla, Cali, Cartagena, Medellín y Bogotá.
En tan solo el primer mes de la actual temporada de lluvias, según los reportes de la Sala de Crisis de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (Ungrd), se han visto afectados 111 municipios de 24 departamentos, resultado de 45 inundaciones, 34 deslizamientos, 25 vendavales, 18 temporales, 9 crecientes súbitas y fuertes granizadas, como las desatadas en la Capital de la República.
Ya habíamos observado a Providencia devastada por el huracán ‘Lota’; a Mocoa, semidestruida por el desbordamiento de tres de sus principales ríos, y gran parte del Pacífico y de los Llanos Orientales debajo del agua, tragedias que ratifican que Colombia es uno de los países más damnificados con el cambio climático, cuyo día internacional se conmemora hoy, a instancias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), organismo que también celebró el pasado 13 de octubre el Día Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres, que intentan frenar una tragedia de magnitudes apocalípticas.
Sin temor a exagerar afirmamos que apocalípticas si observamos que países de la talla de Alemania acaban de presenciar con impotencia cómo el invierno arrasó poblaciones enteras y cobró la vida de al menos 180 personas y dejó miles de damnificados en lo que calificaron como la “inundación del siglo”.
Las recientes inundaciones en Estados Unidos, que dejaron 46 muertos, hicieron recordar la devastación producida por el huracán ‘Katrina’ en 2005.
Los incendios forestales de 2019 y 2020 en Australia son considerados los peores de la historia, con más de 10 millones de hectáreas destruidas, que arrasaron con 2500 edificaciones y dejaron 26 víctimas mortales.
En China, producto del exponencial crecimiento industrial, existen ciudades donde una capa de humo no deja ver prácticamente nada a pocos metros de distancia, fenómeno que mantiene llenos los hospitales de pacientes con asma, bronquitis crónica y otras enfermedades respiratorias.
A lo anterior se suma la histórica deforestación en Brasil, en especial en la Amazonía, que en 2019 alcanzó la cifra récord de 9178 kilómetros cuadrados, más 8500 en 2020.
Y esta semana quedó más que demostrado que esta crisis universal es, en un 99 por ciento, resultado de la acción humana, tal como lo reveló la Universidad de Cornell, de Nueva York, tras analizar más de 88 mil estudios científicos.
La preocupación crece cuando observamos la reciente publicación Picturing Our Future, de Climate Central, una reconocida iniciativa privada ambiental, en la que recrea cómo 184 ciudades costeras, monumentos y sitios icónicos de la humanidad serán devorados por el mar si no frenamos la destrucción del planeta.
Ciudades como Nueva York, Houston, Ciudad del Cabo, Glasgow, Río de Janeiro, Copenhague y Singapur serán literalmente copadas por el agua. Es más, advierte el estudio, al paso que vamos más de 800 millones de personas perderán sus hogares de aquí al año 2100 en tan solo esos territorios.
En nuestro caso, otro estudio revela cómo en Cartagena de Indias el nivel del mar está subiendo a niveles preocupantes por cuenta del cambio climático y el hundimiento del terreno.
La más reciente investigación del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), creado en 1998 y conformado por los máximos expertos del mundo, ratifica estas predicciones: las zonas costeras experimentarán un aumento continuo del nivel del mar a lo largo del siglo XXI, lo que contribuirá a la erosión costera y a que las inundaciones sean más frecuentes y graves en las zonas bajas. “Los fenómenos relacionados con el nivel del mar extremo, que antiguamente se producían una vez cada 100 años, podrían registrarse con una frecuencia anual a finales de este siglo”.
En su informe de agosto último es claro en advertir que muchos de los cambios observados en el clima no tienen precedentes en miles, sino en cientos de miles de años, y que algunos de los cambios que ya se están produciendo, como el aumento continuo del nivel del mar, no se podrán revertir hasta dentro de varios siglos o milenios.
Además, advierte que no es solo cuestión de temperatura. Se está intensificando el ciclo hidrológico, lo que se traduce en una mayor intensidad de precipitaciones e inundaciones, y sequías más intensas; se vienen afectando los patrones de precipitación, ya que mientras en las latitudes altas aumentan, estas disminuyen en gran parte de las regiones subtropicales; se está incrementando el deshielo en los polos y glaciales, y se viene afectando el ecosistema de los océanos, drama que incidirá en la vida de más de mil millones de personas.
Ante este sombrío panorama cobra vital importancia la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático número 26 (COP26), que se llevará a cabo a partir de la próxima semana en Glasgow (Escocia), con la participación de 190 países, incluido Colombia. Según los expertos, esta es la reunión más importante desde la adopción del Acuerdo de París en 2015, en la cual se hará presente el exsecretario de Estado de Estados Unidos John Kerry, nombrado por el presidente Joe Biden como Enviado Presidencial Especial para el Clima.
Como antesala a esta cumbre, el IPCC nos da una luz de esperanza al señalar que una reducción sustancial y sostenida de las emisiones de dióxido de carbono y de otros gases de efecto invernadero permitiría limitar el cambio climático. Pero también es claro en advertir que aunque las mejoras en la calidad del aire serían rápidas, podrían pasar entre 20 y 30 años hasta que las temperaturas mundiales se estabilicen.
A su vez, el Plan de Acción Regional para la Implementación del Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015-2030 en las Américas plantea como prioridad que los países de la región avancen en el fortalecimiento de los sistemas de información, del monitoreo y registro de riesgos potenciales y existentes, y del intercambio de conocimientos en materia de reducción y gestión de desastres.
En ese sentido, el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam) cuenta con análisis muy completos sobre el efecto del cambio climático en nuestro país, que señalan, entre otros, cómo en Colombia hay más de 190 mil kilómetros cuadrados propensos a inundarse, lo que equivale al 17 por ciento del territorio continental nacional.
Pero el problema radica en que la mayoría son tragedias anunciadas, como las de La Mojana, ya que previo a las temporadas de invierno o verano no se realizan las obras de mitigación necesarias, que van desde limpiar alcantarillas, talar árboles enfermos y reforzar jarillones, hasta reubicar a miles de familias que viven en zonas de alto riesgo.
Recuerdo que en mi actividad policial tuve que atender docenas de derrumbes y deslizamientos durante la construcción de la nueva vía al Llano, lo mismo que en el jarillón de Cali, una amenaza latente para esta ciudad, que en 2010, por cuenta del desbordamiento del río Cauca, inundó más de 3000 hectáreas, con pérdidas superiores a los 77 mil millones de pesos.
También, como Director de Seguridad Ciudadana, fui testigo del incansable trabajo de la Unidad de Operaciones Especiales en Emergencias y Desastres (Ponalsar), grupo que hay que fortalecer de cara a las dificultades climáticas que se avecinan.
Además, es indispensable parar la deforestación, que en 2017 alcanzó la cifra récord de 220 mil hectáreas, y en 2020 fue de 171 mil. El solo fenómeno de las drogas, según el estudio ‘Coca: deforestación, contaminación y pobreza’, elaborado por nuestra Policía Nacional, revela que la siembra de este cultivo contribuye a la destrucción de unas 420 toneladas por hectárea de biomasa, en especial en parques naturales, amenaza a 210 especies de mamíferos y contamina al menos 10 grandes ríos.
También es urgente enfrentar con mayor contundencia la minería ilegal y cambiar hábitos cotidianos y simples como el uso indiscriminado de bolsas de plástico. Estas prioridades deben ocupar uno de los capítulos centrales de los programas de los candidatos que aspiran a la Presidencia de la República.
Como nos podemos dar cuenta, este no es un problema solo de gobiernos, es una grave realidad que nos compete a todos, porque de por medio está salvar la única casa habitable, por ahora, para 7700 millones de seres humanos: el planeta Tierra.