Por: Leandro Ramos
Aún se pueden tomar varias decisiones en niveles estratégicos y operativos para cerrar el déficit de seguridad pública (crímenes, delitos comunes, corrupción) e inhibir las amenazas a la seguridad nacional (Venezuela, Nicaragua). Queda tiempo para racionalizar la caótica estructura jurídico-institucional existente, cuya entropía aumentó el gobierno anterior por fast track. Cabe revivir la confianza en que podremos sentar cuanto antes las bases de una economía de talla internacional, naranja o verde –como hace un siglo lo logró la economía café.
Persiste asimismo la certeza de resolver estas tareas en los términos de una democracia liberal y un Estado republicano de derecho. Por tanto, es importante develar y conjurar la amenaza programática que encarna la izquierda en el país (sin necesidad de montar novelones conspirativos). Una agenda de largo aliento alimentada desde vertientes ideológicas radicales, entre desmovilizadas y aún en armas, que encuentra promotores con mayor o menor conciencia de la intrincación.
¿Paranoia? El ex candidato a la presidencia que renunció a intentarlo de nuevo como parte de un proclamado estilo superior de hacer política pero que ahora abjura de ese compromiso y estilo afirma que localizar con crudeza este tipo de agendas es “etiquetar”.
Por cuenta de ese rechazo, quedaría cancelada entonces la posibilidad de agrupar las anunciadas acciones de su gobierno de apenas cuatro años, tales como el cambio hacia un “nuevo modelo de desarrollo”, la creación de una “renta básica” o la realización de todas las reformas imaginables, como lo que son: anticipos de un mecanismo de acumulación de fuerzas por parte de una izquierda anti democrática y anti liberal.
¿Exagerado? Parafraseando al ex jefe negociador de los acuerdos de “paz” en su última columna: ¿prejuicios de una “franja lunática”, obcecada con “castrochavistas” que “tienen cositas que explicar” pero que hay que “dejar jugar”, porque así le corresponde a personas realmente “civilizadas”, incapaces de hacer parte de esas “máquinas devoradoras” de los extremos? Carreta. En ambos casos.
De hecho, los “momentos críticos” que estamos atravesando no se superan colocándose en el “centro” inane, sino tomando las decisiones que restablezcan o permitan tomar el curso correcto lo más pronto posible. Decisiones firmes y audaces que no serán infalibles, y llegarán a carecer de refinadas maneras, tonito agradable, o de aquella mezcla de sabores de las propuestas por un “pacto”, “consenso” o “sancocho nacional”.
A propósito, ¿cuál es nuestro centro político? El país nunca ha establecido con rigor los límites de la cancha ni las reglas del juego político. De ahí que muchos sigan “jugando”, pese a haber sido expulsados. Por eso a aquellos que no juegan sucio, o al fuera de lugar, les suela ir mal y terminen desclasificados de esta “vacaloca” por el poder.
Los numerosos procesos y acuerdos de “paz” a partir de 1990 con organizaciones subversivas devenidas criminales, las flexibilizaciones penales para someter criminales que los gobernantes de turno renunciaron derrotar, la impunidad rampante o la rehabilitación plena para políticos o magistrados corruptos, entre otros quebrantamientos, han terminado por fijar como regla escrita y cultural que el acceso y permanencia en los poderes públicos es flexible, indeterminado, sinvergüenza.
Por tanto, nada más urgente y relevante que redefinir los límites y reglas del juego político legítimo. Por lo menos de aquí en adelante, los poderes públicos del país solo deberían operar dentro del primer cuadrante cartesiano de valores e instituciones positivas. En esa una única cancha. La que queda arriba, a la derecha, donde los valores no se mezclan con anti valores hacia la izquierda, ni las instituciones incluyen al mismo tiempo una operación desdibujada y aguada correspondiente al eje inferior. Lunático es seguir jugando en cuatro canchas y con cuatro reglas distintas. Son esos extremos ilegítimos los que terminarán devorándonos.
Cuando eso se logre, tendremos un centro de gravedad distinto al definido por aquellos que perdieron la brújula o vienen de otras civilizaciones, y hasta podremos desplazarnos como nación hacia la izquierda o la derecha política sin temor a descarriar el orden constitucional de derechos civiles, libertades democráticas, mercados libres y autoridades respetadas y acatadas. Incluso nos alcanzará el tiempo para concentrarnos en un esfuerzo colectivo por satisfacer necesidades sociales, económicas y culturales.