Por: Andrés Villota
Los colombianos se ufanan de tener la democracia más antigua y estable de Iberoamérica porque se ha respetado la alternancia en el poder y existen unas votaciones para escoger a sus gobernantes que, salvo durante la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla, han sido elegidos libremente por el pueblo.
El otro motivo de orgullo nacional es la posibilidad que tienen todos los colombianos, sin distinción de raza, credo o condición social para poder aspirar a cualquier cargo de elección popular sin necesidad de cumplir con algún requisito de conocimiento o experiencia porque las mayores amenazas que enfrenta la sociedad colombiana, en el nuevo milenio, son la falta de oportunidades y, obvio, el clima.
Sin embargo, no solo de votaciones periódicas y de las oportunidades para millones de candidatos, vive una democracia. El legado más desastroso que dejó el paso de Juan Manuel Santos por la Presidencia de la República, aparte del Acuerdo de Paz con las FARC y la creación de la JEP, fue la desaparición de la división entre las ramas del poder público, el exterminio ideológico de los partidos políticos y el final de la democracia directa tras el desconocimiento de la voluntad del constituyente primario manifestada en un plebiscito.
El “Totalitarismo Democrático” fue la herencia perversa, el legado indeseado que dejó la Era Santos. Financiado con la bonanza petrolera de principios de siglo, Juan Manuel Santos se apoderó de las Altas Cortes y del Congreso de la República, usando a la democracia para hacerse elegir y para convertirse en un dictador “legítimo” que cubrió su tiranía bajo el blanco manto de la paz.
Los magistrados vendieron la majestad de la justicia y el Congreso vendió su autonomía por algo tan noble como la paz de Colombia. Las diferentes bancadas renunciaron a sus principios, ideología y rumbo a cambio de unos jugosos contratos y por un puñado de nombramientos en algún Ministerio, Viceministerio, Superintendencia o Alta Consejería de algo, de lo que fuera.
La llamada “Unidad Nacional”, al interior del Congreso colombiano, que creó e impuso Juan Manuel Santos durante su mandato, significó el final de los partidos políticos en Colombia. De repente, todos los partidos abdicaron a sus ideas y principios a favor de la mono propuesta pacifista del presidente Santos que, de esa manera, eliminó la autonomía del poder Legislativo y la mayoría para tomar decisiones fue usurpada por el poder Ejecutivo.
Los partidos políticos que se marginaron de semejante exabrupto democrático, son los únicos que hoy sobreviven con integridad y dignidad. Tal vez por eso, se volvió habitual ver a grupos de NINIS recolectando firmas para los que se sienten avergonzados por militar y pertenecer a esos partidos políticos miembros de la “Unidad Nacional” que vendieron su alma al diablo sin reparar en que esa venta iba a significar su final en el futuro. Recogen firmas para que puedan aspirar a la presidencia de la república como “independientes de centro” sin que sus potenciales votantes logren ver la evidente relación con sus reales intereses, agenda y jefes políticos en la sombra.
De hecho, ahora puede aspirar cualquiera al que se le ocurra ser presidente de Colombia como si no tuviera un espejo en la casa o tuviera el mismo criterio enceguecido que tiene un padre de familia para inscribir a su hijo en algún reality de mini cantantes. Una democracia sin división de poderes, sin justicia, sin partidos políticos y con recolectores de firmas por doquier, es una democracia de recocha.
La ausencia de los partidos políticos es el caldo de cultivo perfecto para que prosperen la ideología y las propuestas que subestiman el coeficiente intelectual de los votantes, desafiandolos, tratándolos como a unos perfectos idiotas. El día que le oí a alguien decir que “Alejandro Gaviria le iba a dar altura al debate”, ese mismo día, el profesor Gaviria propuso pensionar a los colombianos a los 18 años.
Otros proponen matar a los niños antes de nacer y la eutanasia, cómo si la muerte fuera una propuesta que pueda aceptar la sociedad de la post pandemia que luchó durante muchos meses para evitar la muerte y que sus diferentes estamentos cerraron filas para poder combatirla. Una sociedad que hizo todo para evitar morirse y que las mamás hicieron todo para evitar que sus hijos se contagiaran y murieran, no puede votar por alguien que su única propuesta sea promover la muerte.
Los que no tuvieron la capacidad para evolucionar, los que se quedaron aferrados al híper individualismo de la pre pandemia, son personajes como Juan Manuel Galán que, una vez logró revivir al Nuevo Liberalismo, pretende cambiar la ideología y los principios del partido político que creó su papá, con base a sus gustos, preferencias, caprichos e intereses mercantiles personales, asumiendo que los colombianos anhelan la llegada de la Bonanza Marimbera II. Luis Carlos Galán se debe revolcar en su tumba.
Las propuestas «económicas» de Gustavo Petro (que parecen escritas por Cielo y María Antonia) son una fuente inagotable de incoherencias, majaderías e imbecilidades que son secundadas y aplaudidas, solamente, por la caterva de híper individualistas de sus seguidores en el microcosmos de las redes sociales que, están en franca decadencia en el mundo como espacio para las campañas políticas por culpa de la censura.
Lo preocupante de esas propuestas vacías, falsas, imposibles, es que son hechas por políticos que saben de antemano que van a ganar en las votaciones, por lo tanto, no es necesario lograr convencer a nadie de nada, ni les interesa tener un programa de gobierno o unas propuestas serias y coherentes en las que el objetivo sea el bien común y darle respuesta a las verdaderas inquietudes de la sociedad. Actúan como si el objetivo no fuera conseguir votos para ganar las elecciones, sino decir y acumular el mayor número de imbecilidades posible para poder justificar su triunfo electoral.
Pasó en Estados Unidos con Joe Biden y su partido Demócrata. Propuestas absurdas, imposibles, que pretendían atender y congraciarse, solamente, con los intereses de las minorías que se tornaban violentas cuando alguien las contradecía. El mono argumento de los Demócratas era, Joe Biden es bueno porque el presidente Donald Trump es malo. Son tan conscientes de su incapacidad, de su ignorancia, de su mediocridad, de su fracaso, que acusan a sus oponentes de ser y hacer lo que solo ellos, son y hacen. Les encanta decirle a sus oponentes, Fascistas, Nazis, esclavistas, paramilitares, misóginos, transfóbicos, supremacistas blancos, racistas, ricos o anti climáticos.
Solo en una democracia de recocha, como la colombiana, es posible que elijan al que diga Uribe para que gobierne como dice Santos. El “Totalitarismo Democrático” de Santos, incluso, ha permeado a los gremios privados de la producción nacional que son manejados, en gran parte, por ex funcionarios de su gobierno. En la actualidad, el dominio y control que ejerce Juan Manuel Santos, desde la sombra, sobre la sociedad colombiana es total. Y en las próximas elecciones del año 2022 se puede volver perpetuo.
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– El pasado 6 de noviembre del 2021, se realizó una gran convención nacional virtual de militantes y dirigentes del Centro Democrático en la que se expresó el apoyo incondicional a Oscar Iván Zuluaga, de cara a la elección del candidato único del partido que será oficializada en una convención nacional que se realizará en la semana posterior al 22 de noviembre del 2021, fecha en la que se informará el nombre del candidato elegido por la colectividad.
– El Movimiento de Salvación Nacional aparece en el escenario político como una alternativa para ese 46% de colombianos que, según una encuesta presentada por la revista Semana, no se identifica con ninguna de las propuestas existentes. La llegada del MSN puede plantear un nuevo escenario, no contemplado, para la segunda vuelta presidencial en el que los dos candidatos que se enfrenten, sean de la Derecha.