Por: Abelardo De La Espriella.
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No puede haber discusión seria que permita poner en duda que las seis objeciones al bodrio de la Ley estatutaria que da cuerpo al engendro diabólico de la JEP (en buena hora propuestas por el presidente Iván Duque) no alcanzaron a ser hundidas, a falta de las mayorías absolutas que se requerían en el Senado, según lo señalado por el artículo 153 de la Carta Magna: “La aprobación modificación o derogación de las leyes estatutarias exigirá la mayoría absoluta de los miembros del congreso (sic)”.
Si bien la Cámara de Representantes rechazó las objeciones con los guarismos adecuados, no ocurrió lo mismo en el Senado (miembros: 108; mayoría absoluta: 55; votaron: 47). Así las cosas, la discrepancia entre lo decidido en la Cámara y el Senado tiene como consecuencia que esos seis malhadados artículos deben ser excluidos de la Ley, lo que en plata blanca significa que, por lo menos formal y sustancialmente, la extradición está firme y viva como nunca (no habrá más colados); las víctimas podrán ser reparadas porque el billete ensangrentado de las Farc todo será para dicho efecto; esos terroristas, sin excepción alguna, tendrán que ser investigados y juzgados y no solo los responsables de crímenes de lesa humanidad (no se nos olvidan las niñas violadas por esas joyas); el Alto Comisionado de Paz conserva las competencias que jamás le debieron arrebatar, y la justicia ordinaria tiene jurisdicción, cuando de actos reincidentes por parte de los desmovilizados se trate.
En el trámite de la objeciones, salió a relucir lo peor de los amigos de las Farc: las argucias, las maturrangas y trampas, a las que están habituados sujetos como Roy Barreras, Iván Cepeda, Aida Avella, Mockus, y tantos otros gurruminos de los partidos liberales, de la U, y demás mamertos irredimibles (todas las formas de lucha que llaman); pero no lograron su objetivo, porque terminaron estrellándose con ese muro de contención que es Álvaro Uribe Vélez y su bancada del Centro Democrático. La Nación no tiene cómo pagarle a ese grupo de patriotas, que han hipotecado su tranquilidad por la salud de la República, todo lo que han hecho por la democracia y la institucionalidad.
La Constitución Política es clara, como se ha explicado en precedencia; pero esa circunstancia de poco o nada sirve en Colombia, lugar del mundo en el que la Ley, puede ser obviada cuando la conveniencia, disfrazada de interpretación, hace de las suyas. Un país en el que muchos de sus jueces no aplican la norma como lo prescribe el texto legal, sino que, por el contrario, sacan de sus “cojones” un análisis personalísimo que desconoce el espíritu que a aquella le imprimió el legislador, difícilmente podrá superar el subdesarrollo y el atraso, porque la juridicidad es remplazada por el caos. Son tan bárbaros que incluso desconocen cada tanto su propia jurisprudencia. La Ley no puede ser como el hielo, que sabe a lo que le pongan. En estas tierras, la Ley es como el raspado del Caribe: puede tener muchos sabores y colores, además de bastante hielo.
Con las objeciones en manos de la Corte Constitucional, pasará lo mismo que con el plebiscito: nos van a robar la decisión democrática que en derecho se concretó. En ese tribunal santista y politiquero no hay garantías de ninguna especie: tiene más futuro un atracador en el desierto. La Corte Constitucional ha venido usurpando la función legisladora del Congreso, a ciencia y paciencia y bajo la mirada complaciente de todo el establecimiento. En teoría, la Constitución prevalece sobre la jurisprudencia y la Corte misma, pero la realidad es otra: el Estado está arrodillado al arbitrio de magistrados que se creen oráculos infalibles. En estricto derecho, las objeciones no deben regresar a la Corte, pero nada que hacer, estamos en el país del sagrado corazón y de los jueces todopoderosos.
Una “paz” mal hecha, injusta y de espaldas a las víctimas, engendrará más violencia. La democracia no debe arrodillarse ante el terrorismo, porque el ejemplo que se da a las nuevas generaciones es nefasto.
De algo no hay duda: la vida y la historia les cobrarán con creces a todos aquellos que están protegiendo a capa y espada a los verdugos de la Patria.
La ñapa I: La mamertería ya no sabe qué mentiras y calumnias inventar contra mí. Los montajes son cada vez más burdos y grotescos. Nada de lo que hagan evitará que siga en mi lucha por la democracia. Dos cosas les digo a mis enemigos y malquerientes: la primera: no hay nada más peligroso que enfrentarse a un hombre que no tiene miedo; la segunda: mientras ustedes atacan por la espalda, como los cobardes, yo peleo de frente, como lo hacen los hombres, y con la verdad en la mano.
La ñapa II: Lamento profundamente la muerte trágica del reconocido ganadero y amigo “el Ñeñe” Hernández. A su familia toda mi solidaridad; y a los chismosos un consejo: dejen de inventar historias rebuscadas sobre los difuntos, pues se trató de un atraco y no de un homicidio premeditado. Otra cosa: “el Ñeñe” no estaba “mujereando” como muchos malintencionados han querido hacerlo ver. Paz en su tumba y consuelo para los suyos