Por: Andrés Villota
“Catalogador de Propuestas para la Asamblea Nacional Constituyente” fue mi primer trabajo siendo aún estudiante. El gobierno del presidente César Gaviria quiso que la nueva Constitución reflejara las inquietudes y las necesidades de los colombianos, por eso habilitó en todas las cabeceras municipales centros de acopio de propuestas que eran catalogadas para que los constituyentes pudieran consultarlas e integrarlas a su labor.
Los colombianos de hace 30 años asumían (como hoy lo hacen los chilenos) que hacer una nueva Constitución le solucionaría todos sus problemas cotidianos. A mi corta edad me sentía importante, lo confieso, porque creía que estaba ayudando con mi labor a cambiar al mundo y a acabar con todos los males que aquejaban a Colombia y que el país, finalmente, iba a salir del atraso económico e institucional en el que se encontraba.
Recuerdo perfecto que la mayoría de propuestas que llegaban de todos los rincones de Colombia, más que propuestas, eran denuncias, reclamos o peticiones. Que no se robe la plata el alcalde. Que la guerrilla no se lleve a mis hijos. Que no se roben la plata de la escuela. Que no se roben lo del puesto de salud. Que el político cumpla con lo que me dijo. Que construyan un acueducto. Que hagan una vía. Después de la firma de la nueva Constitución, Colombia siguió siendo la misma porque nadie pudo advertir que el real problema era la clase política tradicional colombiana, su método y sus malas prácticas.
El triunfo aplastante en primera vuelta del presidente Álvaro Uribe Vélez no solo mostró el hastío de los colombianos frente a la amenaza terrorista de las FARC y del ELN, sino el desgaste total de una clase política que seguía siendo la misma y antes que renovación, mostraba un afán por mantener el statu quo y no salir jamás de su zona de confort.
Una vez que tuve la oportunidad de hablar con el presidente Álvaro Uribe Vélez me contó que en un sondeo que hizo su campaña en una universidad pública, el resultado mostró una amplia ventaja sobre su contendor el candidato de izquierda, Carlos Gaviria. Se había vuelto casi un dogma afirmar que la Izquierda era la única que podía acabar con las malas prácticas y cambiar las costumbres corruptas de la clase política tradicional colombiana.
La desastrosa gestión, el saqueo y la corrupción mostrada por alcaldes y gobernadores miembros de partidos de izquierda probó que, la izquierda, hacía parte de la misma clase política tradicional colombiana a la que durante años atacaron y de la que siempre quisieron marcar distancia. Y ni hablar de la “centro izquierda” que resultó ser más voraz para dilapidar el erario público, más clientelista y más torpe para gobernar que la izquierda radical. Quedó claro que la solución a los problemas colombianos no estaba asociado a la ideología de derecha o a la de izquierda.
Álvaro Uribe Vélez es considerado como un fenómeno político por los miembros del Establecimiento porque hizo todo lo que ellos jamás habían podido hacer cuando existía la Constitución de 1886 o con la nueva Constitución de 1991. Muchos años después en el Museo Nacional vi exhibida la pluma con la que firmaron la Constitución. El curador de la muestra consideraba que era la pieza más importante y representativa de ese momento histórico por ese raro complejo nacional de creer que por firmar papeles y tener muchas leyes se genera el cambio real de la sociedad, se soluciona los problemas, se acaba con la pobreza, se termina la corrupción y los mercados se vuelven eficientes. La herencia maldita que nos dejó Francisco de Paula Santander, “El Hombre de las Leyes”.
Reinventarse ha sido la palabra de moda durante la cuarentena causada por la pandemia. Muy pocos lo lograron. Rescato algunos casos como los de Rolls-Royce y de Ferrari que empezaron a hacer cosas realmente diferentes a los carros que fabricaban tradicionalmente. El resto se quedó en el intento de poder hacerlo realmente. En esta coyuntura los que han demostrado su absoluta incapacidad para reinventarse han sido los políticos tradicionales colombianos. A dos años de las próximas elecciones presidenciales han dejado claro que aspiran a llegar al poder con los mismos candidatos que fracasaron en el pasado, sin propuestas, con argumentos maniqueos vacíos en los que ellos son buenos porque lo otros son malos, las mismas estrategias del siglo pasado creyendo que son subnormales los que no piensan igual a ellos y con las mismas bullying tactics que los llevan a la derrota una y otra vez.
La desesperación es absoluta porque saben que el próximo presidente de Colombia va a ser un outsider. Una figura que no tenga nada que ver con el Establecimiento colombiano, eso lo saben los que representan la política tradicional que se niega a reinventarse, a cambiar radicalmente a pesar de las evidencias de su fracaso. Por eso mandaron una carta al BID para que dejaran al mismo director por término indefinido. Por eso se negaron a recibirle la donación de unas ventanas a un generoso empresario. Por eso quieren tumbar al presidente Iván Duque.