Por: Fernando Álvarez
La historia mal contada
Daniel Coronell se hizo echar de Semana. Así de simple. Cuando un periodista decide escribir contra su propio medio es porque se quiere ir y lo lógico es que se muestre como un mártir de la libertad de expresión. Este es el caso y no necesariamente porque Coronell defienda la verdad o porque se quiera inmolar por los intereses máximos de los lectores. A otro perro con ese hueso, como lo dejó claro la columnista Salud Hernández, en contravía de las columnas de los aúlicos de Coronell, como Cecilia Orozco o Ramiro Bejarano, quienes de paso, son su empleada en NTC y su abogado y copartícipe de ciertas andanzas. Ellos han aprendido a actuar en una especie de gavilla mediática y han salido a hacer eco de la pretendida censura o del cacareado golpe a la libertad de prensa que se propuso vender el columnista con su despido autoanunciado.
Como él mismo lo dice en su “historia no contada” la salida Coronell se veía venir hace mucho tiempo.
Sus argumentos justificacionistas rayan en lo novelezco. Habla de que los nuevos dueños de Semana manipulaban el internet para que sus columnas no fueran leídas e insinúa una especide de persecución al estilo de la KGB, en la que le cambiaban los titulares por unos menos vistosos para que su lectura fuera menor. La verdad es que su historia no está bien contada. Su decadencia como columnista de la revista venía en picada y su credibilidad se erosionaba a velocidades estrepitosas. En los últimos meses actuaba con desespero e incluso cometía errores vulgares que después debían ser objeto de rectificación, como cuando en lugar del verbo “evitar” escribió “solicitar”, en franca intención de lograr el contexto exactamente contrario para configurar una acusación falsa contra el expresidente Alvaro Uribe, de pretender quemar unas pruebas.
Precisamente su antiuribismo casi enfermizo lo volvió monotemático y hasta los más furiosos enemigos de Uribe comenzaban a reaccionar ante la saña y la poco disimulada idea fija contra el expresidente. Casi nadie entendía cómo lo soportaba Felipe López, a quien le irritaba el mundo propio en el que cae un periodista cuando se sesga con un tema. Incluso muchos se preguntaban si podría exisitir algún temor del dueño de la publicación para que no hubiera prescindido de los servicios de un columnista que le traía más dolores de cabeza que buenas noticias.
El Felipe López que conocí era un periodista equilibrado que tenía claro que daba más réditos la credibilidad que a la espectacularidad. El éxito de Semana en la década de los 80 radicó en que incluso las opiniones antilopistas cabían en sus páginas. El mismo Alfonso López Michelsen en más de una ocasión decía que la revista de Felipe era un medio antilopista. Semana era una escuela periodística que con Plinio Apuleyo Mendoza a la cabeza quería rendírle más tributo a la objetividad que a la toma de partido y mucho menos anticipada.
Mientras que algunos medios y periodistas juzgaban primero y luego escribían, en Semana se insistía hasta el cansancio que se buscara la opinión del supuesto sindicado o las versiones contrarias a la información primaria. Hasta el más comprometido con actividades irregulares encontraba en la revista la oportunidad de exponer su visión de los hechos. El negocio de Semana era el prestigio de la credibilidad, que la daba su imparcialidad en la información noticiosa y la pluralidad en en los espacios de opinión.
Los “bandidos” no eran su objetivo. La veracidad sobre sus actos eran las narrativas que seducían a Semana, más sí iban de la mano de las explicaciones del sindicado. Su fuerte era el análisis de las diferentes versiones contrastadas con los hechos investigados. Nunca se me olvidará cuando Felipe López dejó de hablarnos casi una semana a Maria Isabel Rueda y a mí por haber dejado escrito que el entonces exalcalde de Bogotá Julio Cesar Sänchez había visto engordar su chequera durante su alcaldía, sin que hubiéramos contrastado siquiera sus extractos bancarios. Nos miraba y se tocaba la cabeza como quien no lo podía creer.
El criterio periodístico de Felipe contrastó siempre con sus decisiones empresariales. En sus casi cuatro décadas de Semana ha cometido por lo menos tres crasos errores. Cuando nombró director a Mauricio Vargas, la revista sufrió la primera gran crisis de credibilidad. Su cercanía con el gobierno de César Gaviria hizo que en Semana ya no todo todo se revisara con el control de calidad personal al estilo Felipe. Mauricio sin querer queriendo volvió la publiación una especie de vocero oficial del gobierno y casó peleas que no eran de Felipe, lo cual redundó en la pérdida de credibilidad con sus obvias consecuencias en cancelación de suscripciones y en ventas de publicidad.
Luego con la aparatosa llegada de Isaac Lee, quien se perocupaba más por los gastos de representación y la cercanía con el poder que por la labor periodística. Con Lee se vivió una época de derroche y ostentación que casi arruinan a Semana. La credibilidad y el equilibrio pasaron a un segundo lugar porque lo importante era el escándalo. Se sustituyó el periodismo de campo por la capacidad de conseguir expedientes judiciales, así fuera en el mercado negro. Ya no era una revista para leer sino para entretener. El show era el nombre del juego.
Pero fue con la llegada de Coronell que surgió en Semana un estilo que pregonaba el periodismo justiciero. La objetividad era menos importante que el titular acusatorio. El silogismo y la deducción simplista eran las nuevas herramientas para escribir y emergió la forma de armar historias a partir de combinar premisas falsas con hechos ciertos. Incluso la audacia y temeridad de este columnista se volvió un patrón a seguir dentro de la propia revista. Los nóveles periodistas querían ser cada uno un “coronelito” porque resultaba más emocionante y aparentemente más comprometido y generaba mayores aplausos, así no fueran del todo rigurosos. Era una especide de escuela que terminó retroalimentada por el director, Alejandro Santos Rubino, para suplir un poco sus carencias en materia periodística. Santos Rubino es más emprendedor de negocios que periodista.
Pero como no hay mal que dure cien años, Coronell tenía sus días contados. El columnista ya había armado un alboroto internacional cuando logró que el New York Times tomara por cierto el cuento de una supuesta autocensura en Semana sobre el aparente regreso de los “falsos positivos”. A raíz de unas investigaciones sobre unos documentos internos de las Fuerzas Armadas, en las que se daba una orden para producir resultados, a las que Semana no salió con el dedo acusador antes de contrastar las fuentes y verificar las informaciones, Coronell encontró la papaya para irse lanza en ristre contra Felipe, a quien más o menos dejaba como un encubridor de los delitos de los militares y como un magnate de los medios que se aliaba al poder corrupto por conveniencia. El caso era interpretativo de las directrices y no hablaba de hechos que se pudieran asociar a falsos positivos.
Era una acusación que tendría efectos en la mamertería colombiana y de alguna manera en la prensa internacional, que casi siempre bebe en esas fuentes. En ese momento Felipe le pidió la renuncia a Coronell porque era evidente que estaba pateando la lonchera. Los cercanos a Felipe López lo veían más como un acto digno de una persona desagradecida, ya que de alguna manera Coronell se había hecho famoso gracias a que Semana le brindó la oportunidad de su columna, cuando no se distinguía ni por columnista ni por su supuesto periodismo investigativo. Coronell era un invento de Issac Lee que logró engatuzar a Felipe y hasta ayudó al columnista a “volverse” judío. Un hijo de un humilde llanero que hacía perifóneo y animaba bazares en Casanare ahora resultaba miembro de la logia judía por cuenta de una L mas en su apellido. Con razón alguien dijo que para acceder a las esferas del mundo económico Coronell ingresó a la comunidad judía y para que Gaviría le adjudicara un noticiero ingresó a la comunidad gay.
En extrañas circuntancias y luego de una bien orquestada campaña de la mamertería que se convirtió en presión mediática, Gabriel Gilinski decidió que María López y Alejandro Santos le abrieran nuevamente las páginas de Semana a Coronell. Pero esto no tenía sino uno de dos desenlaces o Coronell tomaba el sendero de la objetividad o tendría que irse, porque la cancelación de sucriptorres que se desencadenó con su retorno forzado y el malestar de algunos anunciantes que comenzaron a preparar la retirada, marcaban el segundo tiempo de Coronell. Hechos que empezaban a pasar factura en los ingresos y que obligaron a Revista Semana y sus nuevos socios a que se apretaran los cinturones para reducir gastos.
Precisamente la reducción de gastos fue lo que originó que Julio Sanchez mencionará en la W radio la crisis económica de la revista. Y ante la coincidencia de que por la misma época en las páginas económicas de Semana se hacía referencia a la crisis que vive desde hace algún tiempo el Grupo Prisa, Coronell ni corto ni perezoso encontró la segunda papaya para emprenderla ahora contra Giliski y convirtió esa información en retaliación. O sea la primera vez porque no publicaron lo que aún no estaba listo para publicar y la segunda porque publicaron lo que se había publicado en otros medios internacionales.
Obviamente la decisión de echar al tarro a Semana o a Gilinski iba con la intención de preparar su aterizaje en la emisora de Prisa, porque como él mismo lo afirma no ha recibido ofertas en Colombia. Aunque se ha filtrado que Coronell buscó a algunos de los medios más importantes del país para continuar su columna pero estos le dijeron que no con el argumento de los recortes en todos los medios. Sin embargo se ha sabido que es su carácter monotemático el que no le gusta a nadie hoy en Colombia.
El cuento de Coronell del Nuevo Fox, o el Fox News ha sido el más reciente argumento de Coronell. Como no tenía mucha presentación una renuncia o una echada provocada por cuenta de una publicación de una foto de Julio Sánchez Cristo, el columnista optó por regar otra fábula que lo victimiza de la ultraderecha. Y de hecho esta estratagema si le ha dado resultados a juzgar por los efectos solidarios que ha conseguido de la mamertería en las redes. Como si se tratara de una embestida de la derecha encabezada por Gilinski contra la izquierda, su historia pésimamente contada, hace parte de la falacia con la que pretende arropar ahora su victimización. Mencionar Fox News trae a la mente la ultra derecha, pero no se soporta mucho en el hecho de que el proyecto televisivo de Semana tiene columnistas o comentaristas como Ariel Avila, María Jimena Dusán, Antonio Caballero y Vlado, que son a cual más de mamertos y antiuribistas. Además está Alejandro Santos y María López, que son más bien de centro, con lo cual este formato televisivo parece más una reedición de la revista Alernativa de Enrique Santos Calderón que un proyecto de la derecha recalcitrante. Además está Vicky Dávila, que es más espectacularismo que otra cosa y cree más en los resultados taquilleros de entrevistar a Gustavo Petro que en la defensa de ideales derechistas, con lo cual la única de derecha es Salud Hernández.
La realidad es que su desencanto con Gilinski tiene otra historia no contada. A raíz de que por razones ecómicas los accionistas mayoritarios del Canal Uno decidieron sacar del aire a Noticias Uno, entre otras porque sus denuncias monotemáticas no generaban escenarios donde la pauta publicitaria pudiera llegar, lo cual hacía que el noticiero terminara como un proyecto inviable, Coronell, según lo cuenta Salud Hernández y lo confirma El Expediente y La Silla Vacía, buscó que Gilinski, le compraran total o parcialmente Noticias Uno.
Gilinski, que no descartó de plano inicialmente la idea, luego de echar números llegó a la conclusión de que no le interesaba el negocio, pero Coronell decidió culpar al “uribismo incrustado” en Semana, y responsabilizó a su actual gerente, Sandra Suarez, lo cual le permitiría completar su historia mal contada de perseguido por la derecha. A esto se agregaba la pérdida de los ingresos que tenía el canal por los contratos que le había dado el gobierno de Juan Manuel Santos, cuando vinculó a Coronell en los carruseles de la mermelada, los cuales ascendían a la nada despecriable suma de 13 mil millones de pesos. Esto significa que Coronell estaba en la inmunda lo que hace suponer que haría lo que fuera para salir de este atolladero económico.
La historia mal contada de Coronell no es diferente a la que siempre ha contado en su vida. A la pregunta que le hacen sobre sus momentos difíciles sin falta responde que fue amenazado de muerte y que tuvo que irse del país. La historia bien contada fue que un día después de una publicación que yo provoqué en La Otra Verdad, la revista de Pedro Juan Moreno, que contaba cómo Coronell le quería robar al Estado, cerca de 20 mil lillones de pesos, el columnista buscó a Yamid Amat en su lecho de enfermo para que le hiciera una entevista en la que decía que se iba del país por amenazas. Pero fue la verdad de esta historia la que lo amenazó. Yo era miembro de la Junta directiva de la Comisión Nacional de Televisión y le llevé a todos los medios la historia pero nadie se atrevió a publicarla. Pedro Juan Moreno lo hizo y en su revista se publicaron todas las maniobras que había utilizado Coronell para fraguar el tumbe.
Como la historia no contada sobre el origen de su noticiero con dineros del Cartel de Cali, bajo la intermediación de “El Bandi”, Cesar Villegas, quien fue su socio en NTC. O como la historia no contada de su particiación en la licitación del Noticiero que se hizo en los estudios y con el dinero del narcotraficante Pastor Perafán, extraditado a los Estados Unidos. Historias que aún no han puesto punto final a la forma en que se cuentan.
Por esta razón es más probable que estemos asistiendo a la resurrección de Semana, después de ese letargo de periodismo tledirigido. Semana renace ahora que puede dejar de lado la obsesión y la instrumentalización de la labor periodística. Y menos mal está al frente María López que no parece tener los complejos de derecha que tiene su padre y que más bien anuncia que sacará la estirpe de su abuelo Alfonso López Michelesen, que no confundía la búsqueda del bienestar social con el culto a la mamertería.