Por: Alejandro Ramirez
En una de las transmisiones de poder más polémicas en la historia para el Ejecutivo de los Estados Unidos, atravesada por acusaciones de fraude electoral y, lo que nunca habíamos imaginado, tras un asalto criminal al recinto congresional de la democracia americana, tomó posesión el presidente Joe Biden. Nuestro embajador en los Estados Unidos Francisco Santos estuvo ahí, así le duela a su primo, el Nobel Juan Manuel Santos. En Colombia sabemos de la cercanía del Nobel con el presidente Biden: no en vano su hijo Hunter Biden, sacó provecho de ella para explorar la posibilidad de vincularse con una Empresa china en la explotación de un bloque petrolero en el magdalena medio colombiano, entre otros negocios. Sin embargo, el Nobel no fue invitado, contrario al presuroso anuncio de un sector de la prensa capitalina.
En Colombia se vivió con fragor la campaña por la presidencia de los Estados Unidos. Tratándose de una contienda tan determinante para nuestro país, no faltaron pronunciamientos de todos los espectros ideológicos y, como en efecto lo ha dicho la prensa, fuimos muchos quienes deseábamos la continuidad del presidente republicano Donald Trump por razones de peso, entre ellas las identidades geopolíticas. Quienes identificamos al narcotráfico y a la corrupción como los grandes enemigos de las democracias latinoamericanas, anhelábamos que esa política tuviera una prórroga. Llenaba de esperanza ver a los Estados Unidos actuando de forma contundente contra un cartel del narcotráfico, que lleva décadas patrocinando el régimen de mayor oprobio para nuestro hermano pueblo venezolano. A una escala global, no fueron pocas las ocasiones en que escuchamos al Secretario de Estado denunciar la corrupción del Partido Comunista Chino, o la amenaza del radicalismo árabe, cuyo terrorismo ha tenido manifestaciones devastadoras y vivió bajo el gobierno del presidente republicano la baja del ministro de defensa iraní, el general Qasem Soleimani, a manos del ejército estadounidense. Con escasos días desde su posesión, y contando solo con la firma de unos decretos que retroceden los efectos de algunas posturas del gobierno pasado, nos declaramos a la espera de las acciones sobre Venezuela, por los efectos que tendrán para Colombia.
La que no se dejó esperar fue la fórmula del Nobel, para quien las presiones diplomáticas y las sanciones económicas contra el régimen de Maduro, en gran parte impulsadas por nuestro mandatario, iban en el camino equivocado. Seguramente, para Santos fue mejor pactar con esa terrible dictadura, como lo hiciera antes con la de Chávez, a quien consideraba su mejor amigo. A la vista de todos, las consecuencias de aquella fórmula acomodaticia: el empoderamiento de las farc y el ELN, las cuales se encontraban golpeadas de muerte a su llegada a la presidencia; el crecimiento del narcotráfico, con un legado de mas de 200 mil hectáreas de coca en nuestro país; corrupción desbordada a ambos lados de la frontera, para la perversión de la fuerza pública de Venezuela y de contera, algunos miembros de la fuerza pública colombiana. Y por supuesto, la consecuencia que más preocupa en la actualidad: el empoderamiento de Cuba de la mano de sus agentes de inteligencia, como quedó revelado en el dossier que la inteligencia colombiana tiene sobre la actividad que desarrollan los agentes cubanos en nuestro país.
Para los que no perdemos la capacidad de asombro, la fórmula del Nobel incluye “gestos” del gobierno americano con el de Cuba, al considerar un error haberla incluído en la lista de países auxiliadores del terrorismo. Con cual desprecio por las Víctimas del aleve atentado a la Escuela General Santander, pide un colombiano a otro país que se haga gestos con los auxiliadores de los victimarios! Y justifica la envenenada fórmula, en la influencia que tiene Cuba en Venezuela, por supuesto una influencia en contra de la democracia. Nos preguntamos si la fórmula del Nobel incluye un futuro para Colombia en consenso con Cuba para el 2022. Por ahora, el presidente Biden hizo caso omiso de las fórmulas de su amigo, como dejó ver en la firma de sus decretos, aunque los analistas no descartan que se llegue a medidas del “positive engagement” que caracterizó la política de Obama con el régimen de la isla.
La fórmula del nobel, dejó campo suficiente a sus vasallos para quejarse ante el nuevo gobierno demócrata de presuntas omisiones del gobierno Duque en la implementación de la paz, pero lo que no dejará el Nobel para nadie, distinto a él, es ese advenedizo encono por la figura de su primo el embajador, esperando en lo amplio de su ego, que sólo él – si su amigo Biden lo escucha – pueda jugar un papel determinante en las relaciones de los Estados Unidos con Colombia y Venezuela.