Por Rafael Nieto Loaiza
En el siglo XXI, Colombia hizo un avance muy importante en reducción de la pobreza, tras dos décadas de crecimiento económico sostenido y de fortalecimiento de las redes de protección social. Los pobres pasaron de ser el 50 % del total en 1999 al 27 % en 2018 y la pobreza extrema bajó del 22 % al 7 %. También somos menos desiguales. El coeficiente Gini pasó del 0,60 en 1999 a 0,52 en 2018. En consecuencia, teníamos una clase media equivalente al 30 % de la población y, a partir del 2014, era mayor al total de pobres. Por otro lado, según la FAO, en 2006, unos 4,2 millones de colombiano padecían hambre. Para julio de 2019, eran 2.4 millones, muchos todavía, el 4,8 por ciento de la población, pero un 43% menos que en 2006 y bastante mejor que el promedio de 6.5% de Latinoamérica y el Caribe. Los datos no eran para cantar victoria, pero tampoco cabe duda de que mostraban avances muy importantes y alentadores.
Hasta que se vino la pandemia y con ella un durísimo confinamiento que golpeo con fuerza descomunal la economía. El Fondo Monetario Internacional proyecta una caída del 7,8% del crecimiento económico de Colombia para este año. Ese pronóstico es mucho peor que su anterior predicción de un descenso del 2,4% y es también más malo que el de Gobierno, que ahora se sitúa en -5.5%, según el nuevo Marco Fiscal a Mediano Plazo que acaba de ser presentado. Sin importar cual de las predicciones resulte más acertada, este año será, con mucha distancia, el peor de la economía del que tengamos noticia con datos ciertos. Empezamos a vivir la más dura recesión de nuestra historia.
Sin embargo, las cifras de (de)crecimiento del PIB presentadas en términos porcentuales son apenas datos fríos, incomprensibles para la mayoría de los ciudadanos, y no reflejan de manera adecuada la tragedia humana que esconden. El impacto real se ve mejor desde la quiebra de decenas de miles de micro, pequeñas y medianas empresas y, en particular, en el desempleo y la pobreza.
El DANE anunció que la tasa de desempleo en abril había llegado al 19.8%. En marzo era de 12.6%. Creció 9.3% en lo que va del año. De lejos, la más profunda y rápida caída del empleo desde que se hacen mediciones. Detrás de cada punto adicional de desempleo hay 240.000 personas, es decir, hoy hay por lo menos 2.232.000 más desempleados que a fines de 2019. Ahora, en realidad el número de desempleados debe ser muchísimo mayor. En abril no se había sentido en toda su magnitud el impacto de la cuarentena. Ese quedará reflejado en mayo. Y si la tasa de desempleo formal no aumentó más fue porque disminuyó muchísimo la cantidad de personas activas en el mercado laboral, en particular las que están en busca de empleo. Centenares de miles dejaron de buscarlo porque creen, acertadamente, que durante la cuarentena no pueden conseguirlo. Así que la tasa de participación laboral bajó de 63.3 en abril de 2019 al 51.8% en abril de este año (en marzo era del 59,25), una brutal caída de 11.5%, también la más aguda de la que tengamos registro. En fin, solo esta semana, cuando recibamos las cifras de desempleo a mayo, sabremos el desempleo formal que nos ha dejado la cuarentena. Y solo cuando se levante del todo el confinamiento y todos los que pueden hacerlo empiecen a buscar trabajo, conoceremos la cifra real.
Mayor desempleo, más pobreza. Según la Universidad Nacional, solo «en las 13 ciudades principales la tasa de pobreza pasaría del 18% al 32%, y la pobreza extrema del 4,5% al 16,7%. Eso ultimo quiere decir que una sexta parte de la población pasaría a tener un ingreso tan bajo que ni siquiera sería suficiente para consumir alimento. El aumento de la pobreza ocurriría inclusive si los subsidios decretados por el Gobierno llegan efectivamente a sus destinatarios, pues las ayudas no compensan sino un parte de la pérdida de ingresos de los hogares en cuestión”. Por su parte, la Universidad de los Andes calculaba «un incremento de cerca de 15 puntos porcentuales adicionales de pobreza: 7,3 millones de personas más que en 2019”.
En otras palabras, en estos tres meses de confinamiento el país dará un salto brutal al pasado, perderemos los avances de casi dos décadas. De ese tamaño es el problema.
Más desempleo, más pobreza, más hambre, más desnutrición, más enfermedades, más muerte. Y más desórdenes sociales, más inseguridad y más muerte. No, no hay dicotomía entre vida y economía. Una mala economía se traduce, tarde o temprano, en la pérdida de miles de vidas.
Por otro lado, no habrá vacuna antes de un año o año y medio. Hay que agregar un tiempo más para que esa vacuna esté disponible para países como Colombia. Y mucho más para la vacunación. Si se vacunara una persona por segundo, tardaríamos un año, siete meses y ocho días para cubrir los 50 millones.
Por eso no me cansaré de insistir, vengo haciéndolo desde fines de abril, que el único camino que tenemos es aprender a vivir con el virus y abrir de inmediato, de hecho y no solo en el papel, la economía. Nos estamos jugando el futuro.