Por: Jair Peña Gómez
Quizá la expresión más ambigua y a su vez más utilizada en política sea “derechos humanos”. Todos creemos conocer su significado, y es verdad que podemos tener en la punta de la lengua una aproximación a lo que son, pero a la hora de definirlos de manera concreta se vuelve una tarea difícil y de pronto nos vemos en la necesidad de recurrir a ejemplos, buscar en el diccionario o guglear qué son y cuáles son.
El politólogo Norberto Bobbio nos entrega algunas posibles definiciones en su obra El tiempo de los derechos: «Derechos humanos son aquellos que pertenecen al hombre en cuanto hombre»; «Derechos humanos son aquellos que pertenecen, o deberían pertenecer, a todos los hombres, o de los que ningún hombre puede ser despojado»; «Derechos humanos son aquellos cuyo reconocimiento es condición necesaria para el perfeccionamiento de la persona humana o bien para el desarrollo de la civilización».
Aún así, el autor italiano señala que con esas descripciones de los derechos humanos «nace una dificultad» y es que «los términos de valor son interpretables de modo diferente según la ideología asumida por el intérprete; de hecho, en qué consiste el perfeccionamiento de la persona humana o el desarrollo de la civilización es objeto de muchas apasionadas pero irresolubles controversias».
De manera que los derechos humanos pueden ser entendidos de forma distinta si se es marxista, anarquista, liberal o conservador. No obstante, la ONU ha logrado una definición más o menos respetada por los estados democráticos, aunque huelga decir que en el concierto de naciones no existe un consenso al respecto.
Naciones Unidas afirma que «los derechos humanos son derechos inherentes a todos los seres humanos, sin distinción alguna de raza, sexo, nacionalidad, origen étnico, lengua, religión o cualquier otra condición. Entre los derechos humanos se incluyen el derecho a la vida y a la libertad; a no estar sometido ni a esclavitud ni a torturas; a la libertad de opinión y de expresión; a la educación y al trabajo, entre otros muchos. Estos derechos corresponden a todas las personas, sin discriminación alguna».
Sin embargo, hay facciones políticas a nivel mundial —la mayoría de ellas marxistas— que consideran que esos derechos no son tales; para algunos se trata de palabrería al servicio del sistema capitalista y para otros ideales a conquistar. Recordemos que el marxismo no es una ideología de convergencia sino de divergencia y que Marx nunca se interesó en escribir una teoría de los derechos humanos, por lo que su aporte a los derechos humanos (si lo hay) se dio en manera de crítica.
No obstante, con mucha más astucia el socialismo latinoamericano en general y el colombiano en particular (liderado por Gustavo Petro), afín al Foro de São Paulo, se ha dedicado en las últimas décadas a proclamar como bandera la defensa de los derechos humanos, pero no bajo el mismo prisma de la Declaración Universal de los Derechos Humanos sino bajo sus propias y sesgadas interpretaciones, logrando posicionar varios de sus miembros y simpatizantes en importantes cargos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y en las más connotadas cortes de los distintos países de América Latina.
Por eso no debería de sorprender a nadie que el socialismo latinoamericano tenga carta blanca para saquear, perseguir y matar en el poder o desestabilizar la democracia cuando está en la oposición, creando guerrillas urbanas y rurales, bloqueando carreteras, generando desabastecimiento, afectando infraestructura crítica, atacando policías, difamando a los contradictores, haciendo pactos con narcotraficantes y terroristas, etcétera, ya que si se les confronta con argumentos políticos o jurídicos o con el uso legítimo de la fuerza por parte del Estado, se tratará de acciones fascistas que vulneran sus izquierdos humanos.