Por: Fernando Torres Mejía
Estamos tan confundidos, cegados por el odio y en un estado de polarización, que el escenario político colombiano actual ha reducido todos los problemas del país a la figura de Gustavo Petro. Esta simplificación, impulsada activamente por las redes sociales, los precandidatos, candidatos presidenciales y los medios de comunicación, evidencia más la carencia de proyectos sólidos que un análisis serio de nuestra compleja realidad nacional.
Gobierno de César Gaviria (1990-1994):
Su apertura económica llevó a la quiebra a varias industrias nacionales.
Privatizaciones cuestionables, especialmente en el sector portuario.
No anticipó ni gestionó adecuadamente la crisis energética.
Su manejo del conflicto armado resultó en decisiones desacertadas que incrementaron las víctimas.
La política de sometimiento a la justicia permitió que Pablo Escobar continuara sus actividades criminales desde la cárcel.
Administración de Ernesto Samper (1994-1998):
El Proceso 8.000reveló el financiamiento ilícito de su campaña.
Hubo un notable incremento en los índices de corrupción.
Profundizó la crisis institucional, debilitando al Estado.
Dejó una recesión económica al final de su mandato.
Gestión de Andrés Pastrana (1998-2002):
Con una zona de distensión de 42.000 km² sin condiciones, permitió que las FARC se fortalecieran y crearan una «república independiente».
Durante este proceso, continuaron los secuestros, las extorsiones y las masacres.
Aumentaron la pobreza y el desempleo, y cayó la inversión privada.
Gobiernos de Álvaro Uribe (2002-2010):
El proceso de desmovilización paramilitar tuvo serias fallas en materia de justicia (su comisionado, Luis Carlos Restrepo, huyó del país).
Cuestionamientos éticos por el caso de la reelección presidencial.
Un número significativo de sus funcionarios fue condenado.
Gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018):
Los Acuerdos de Paz, plagados de indulgencias, no garantizaron justicia, sino beneficios e impunidad para muchos actores del conflicto.
Escándalos de corrupción internacional (Odebrecht).
Acentuó la polarización política.
Sus políticas sociales no fueron efectivas ni llegaron a los más necesitados.
Gestión de Iván Duque (2018-2022):
Designó funcionarios sin la experiencia adecuada.
Incapacidad para articular reformas estructurales.
Problemas graves en la comunicación gubernamental.
Casos de corrupción en programas sociales (Centros Poblados).
Si bien es innegable que el actual gobierno tiene serias deficiencias y pasará a la historia como uno de los peores, pero además tiene que terminar en agosto del 2026, resulta simplista atribuirle exclusivamente los problemas estructurales que aquejan al país. La corrupción sistémica, las fallas en salud, la inequidad social, la falta de oportunidades, un paupérrimo y pésimo sistema de justicia, el hacinamiento en las cárceles, una reforma laboral estructural que se ha pedido a gritos, el saqueo a los distintos sectores, un Congreso de la Republica sobredimensionado tanto en cantidad de integrantes como sus beneficios, etc., son desafíos acumulados durante décadas, en los que este gobierno como los anteriores hicieron poco o nada por solucionarlos.
Muchos gobernantes priorizaron sus intereses personales, los de sus familias y sus círculos cercanos en lugar de ocuparse del bienestar de los colombianos. Esto permitió que el país se deteriorara progresivamente. A esto se suman el clientelismo, la falta de meritocracia, campañas basadas en el dinero y no en propuestas y el abandono de las poblaciones más vulnerables.
Enfrentamos un dilema crucial, seguir alternando entre las mismas fuerzas políticas que han demostrado su incapacidad para transformar el país o buscar alternativas genuinamente renovadoras.
Sin embargo, el debate actual se estanca en la demonización del adversario, en lugar de centrarse en propuestas programáticas serias.
Se necesita un líder irreverente, disruptivo y resiliente, que rompa con las hegemonías tradicionales (liberales, conservadores, de izquierda, centro izquierda, de derecha o centro derecha), tal como ocurrió en Argentina y El Salvador. Una cara nueva, distinta, comprometida con una verdadera transformación y que no le venda su “alma al diablo”.
Mientras persista este reduccionismo político y la ausencia de proyectos serios, Colombia seguirá postergando las soluciones urgentes que se necesitan. Es momento de reflexionar porque estamos frente a un exceso de “petrismo” y déficit de ideas.