Por: Mayor General (RP) William René Salamanca Ramírez
Hoy, al igual que todos los días, alrededor del mundo se servirán más de 3000 millones de tazas de café, la segunda bebida más consumida en los cinco continentes, tan solo superada por la insustituible agua.
Una parte muy importante de estas tazas consumidas es el resultado del trabajo laborioso de más de 540 mil familias colombianas, quienes a lo largo y ancho de unos 3 mil kilómetros de fértiles tierras andinas, siembran la preciada planta en pequeñas parcelas que, en su mayoría, no superan las dos hectáreas.
Son, en promedio, más de 14 millones de sacos de café producidos anualmente en 654 mil fincas cafeteras, que abarcan 844 mil hectáreas, de 604 municipios, en 23 departamentos, entre ellos Huila, el mayor productor, seguido por Antioquia, Tolima, Caldas y Cauca, según estadísticas de la Federación Nacional de Cafeteros, fundada en 1927 y considerada en la actualidad como una de las ONG rurales más grandes del mundo.
En tan solo 2020, el café le aportó a la economía nacional más de nueve billones de pesos, con un hito histórico al lograr duplicar la producción por hectárea, que pasó de 11 sacos a 22, resultado de la renovación de cafetales y a una mayor tecnificación del proceso productivo.
Y 2021 se proyecta como uno de los mejores años para la caficultura colombiana, al registrarse, en los primeros nueve meses, un constante crecimiento en sus precios, máxime si tenemos en cuenta que en el reciente pasado hubo momentos en que nuestros campesinos no percibían ni 700 mil pesos por carga de café, lo que significaba trabajar a pérdidas. Sin embargo, en la actualidad, están recibiendo un millón 735 mil pesos, valor más que merecido a tanto esfuerzo.
Pero estos precios son muy volátiles y en cualquier momento pueden desplomarse, ya que dependen en su mayoría de los comercializadores internacionales del grano y de los vaivenes del mercado. De ahí que fue la propia Organización Internacional del Café (OIC) la que propuso, para celebrar el Día Internacional del Café, el cual se conmemoró el pasado viernes, recoger un millón de firmas alrededor del mundo y así exigir mejores dividendos para los caficultores.
Como colombiano y admirador de su trabajo decidí responder a esta convocatoria, firmando dicha petición, a la espera de que nuestro granito de arena cambie la ecuación que nos revela cómo estos cultivadores tan solo tienen derecho a un centavo de los cerca de tres dólares que cobran por cada taza de café servida alrededor del planeta. Usted, apreciado lector, también puede unirse a esta noble causa ingresando a la página de la OIC.
Recuerdo que en ejercicio de mis funciones policiales tuve el privilegio de contribuir a buscar soluciones a los problemas de la comunidad, siempre alrededor de una buena taza de café, elaborada en esos fogones del Cauca, Nariño, Valle del Cauca y otras hermosas zonas del país donde la amistad y la cordialidad son parte de la cotidianidad.
En el bello pueblo nariñense de Sandoná no solo me hicieron sentir como en casa, sino que regresé a la propia con una gran variedad de libras de café obsequiadas por sus habitantes; muchas de las cuales me sirvieron para promocionar su calidad en varias partes del mundo.
También comprobé de primera mano cómo el café se ha ido convirtiendo en una próspera alternativa de sustitución para los cultivos ilícitos, que tanto sufrimiento y violencia han sembrado en territorios de colombianos honestos y trabajadores.
Nuestras más sinceras felicitaciones a cada uno de los caficultores, a la Federación Nacional de Cafeteros y a todos sus miembros, de ayer y hoy, por su invaluable aporte a la economía nacional desde que este exótico arbusto arribó procedente de África.
La génesis de nuestro café, cuyo término proviene de la expresión árabe “Qahhwat Al-bun”, que traduce “vino del grano”, se remonta 300 años atrás, a la lejana Etiopía, donde sus habitantes hacían infusiones con esta planta o simplemente masticaban su hoja.
Luego, su consumo se expandió por el mundo árabe, en especial en Turquía, para posteriormente, en el siglo XVII, arribar a Europa, bajo el liderazgo del pueblo holandés, el primer gran productor del grano en el mundo. Un siglo más tarde, ellos lo introdujeron a Surinam y, a comienzos del siglo XVIII, los franceses se encargaron de hacerlo germinar en Brasil y Colombia.
Fueron los sacerdotes jesuitas los primeros en impulsar su cultivo masivo en nuestro país, por allá hacia 1730, hasta irlo expandiendo por todo el territorio nacional, lo que le permitió a Colombia comenzar a exportar el grano en 1835. En tan solo 35 años, pasó de comercializar 60 mil sacos a 600 mil, cifra que en los años 90 alcanzó los 16 millones.
Por eso, si bien es cierto que el café es de origen africano, que los países nórdicos y Estados Unidos son sus mayores consumidores y que Brasil es el máximo productor, el café es sinónimo de Colombia, no solo por cosechar el grano más suave del mundo, sino por la exuberante belleza de sus cafetales.
Tan así que en 2011 el Comité de Patrimonio Mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) declaró a nuestro Paisaje Cultural Cafetero, integrado por 51 municipios y 858 veredas de los departamentos de Caldas, Quindío, Risaralda y Valle del Cauca, como Patrimonio Mundial.
Es considerado un escenario único en el mundo, al conjugar elementos naturales, económicos y culturales, producto del esfuerzo humano, familiar y generacional de los caficultores colombianos, con el acompañamiento permanente de la institucionalidad.
El café también ha sido fuente de inspiración de novelas, canciones, poesías y miles de publicaciones. La sola biblioteca de la OIC, creada hace 40 años, cuenta con más de 13.000 libros, informes, tesis y folletos y 200 títulos de publicaciones periódicas. Incluso, la idea de crear la Bolsa de Nueva York, donde hoy se cotiza a diario el precio del grano, se materializó en 1794 en la cafetería ‘Tontine Coffee House’, en la calle Wall and Water de Manhattan, frecuentada en ese entonces por banqueros y empresarios. Y en países, como Japón, existe el Yunessun Spa Resort, donde sus visitantes pueden nadar literalmente en una piscina de café, o en Francia, donde en una cafetería el cliente debe ser cordial en el saludo si no desea que le cobren una sobretasa en su bebida.
Es más, tengo presente la sorpresa que me llevé en el famoso Emirates Palace Hotel, de Emiratos Árabes Unidos, al probar una de sus atracciones más insólitas: café decorado con ¡oro de 24 quilates!
Pero, adicionalmente, las pepas de nuestro grano también se inmortalizaron en los años 80 y 90 en la camiseta de la montaña de las grandes vueltas ciclísticas del mundo, en especial gracias a las gestas de nuestros escarabajos, hoy tan famosos como lo son íconos de la talla de Juan Valdez y su mula Conchita.
Es el café de Colombia, el mejor del mundo. Por eso, hoy, desde este espacio, queremos unirnos de corazón a la celebración del Día Internacional del Café, brindando con una taza de esa infusión de inconfundible aroma con la que le damos la bienvenida a cada nuevo día, acompañamos nuestro trabajo cotidiano o rematamos un buen almuerzo, la misma que nos permite superar malos entendidos, hablar de negocios o fortalecer sentimientos tan altruistas, como la fraternidad y la amistad entre seres humanos.