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EL TERRORIFICO REGRESO DE LOS TALIBANES

por El Expediente
agosto 10, 2021
en Opinión
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LOS GRANDES DESAFIOS DE COLOMBIA TRAS LA CRISIS DEL COVID-19
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Por: Ricardo Angoso

La intervención de los Estados Unidos en Afganistán, en el año 2001, termina en un absoluto desastre. Ahora los norteamericanos se retiran sin pena ni gloria, casi derrotados, en la guerra más larga que libraron los Estados Unidos en su historia. Los talibanes, que ya controlan el 70% del territorio, pueden regresar a Kabul y hacerse de nuevo con el poder. Terror y miedo.

Los recientes avances de los talibanes en todos los frentes de batalla, habiendo tomado en sus manos importantes ciudades, hacen temer lo peor y un éxodo permanente se extiende por todo el país ante el previsible regreso al horror fundamentalista y cavernario. Los talibanes han conquistado su sexta capital provincial, Albak, en el norte de Afganistán, controlando, así, seis de las 34 capitales provinciales del país. ¿Caerá también Kabul próximamente?

La gente tiene miedo, especialmente las mujeres que temen volver a la Edad Media, y miles de afganos ya han huido ante la posibilidad de que se vuelva a instalar un régimen teocrático en el país. La reciente marcha de las tropas norteamericanas de la base de Bagram y la decisión tomada por parte del nuevo presidente norteamericano, Joe Biden, de la retirada total de todas las tropas norteamericanas el 30 de agosto, siguiendo la senda de Trump en este sentido, ha encendido las señales de alarma en esta nación permanentemente en guerra. El resto de los contingentes de la OTAN presentes en Afganistán, tras el paso dado por Washington, también han decidido abandonar el país, dejando a sus suerte a los afganos y hasta ahora sus aliados locales.

Veinte años de inútil guerra (2001-2021) no han servido para asentar las instituciones democráticas ni un Estado sólido en esta nación abatida, pobre y siempre sumida en la violencia. “Han sido casi 20 años de ocupación militar, al precio de 50.000 civiles y 70.000 soldados afganos muertos, 2.500 estadounidenses caídos en el campo de batalla, y 2.000 millones de dólares de gastos”, como señalaba en un reciente análisis el sociólogo Sami Nair.

Los talibanes, que parecen controlar casi el 70% del territorio afgano, saben que es cuestión de tiempo –poco- acabar dominando todo el país e instalar un gobierno de corte integrista en Kabul. La moral del ejército afgano, tras haber sido abandonado por los occidentales, está por los suelos y muchos de sus soldados ya han desertado por miles hacia Tayikistán y Pakistán. Ambos países ya sopesan abrir campos de refugiados para recibir las “oleadas” de afganos ante el previsible colapso del gobierno de Kabul y una victoria talibán, tan temida como presentida. La intervención occidental parece que concluirá con una fracaso total y sin haber dado los frutos esperados, en el sentido de haber democratizado y modernizado el país dejándolo al frente de una administración responsable y elegida en las urnas por los propios afganos.

No olvidemos que los talibanes recibieron la ayuda de los Estados Unidos y una buena parte de Occidente, en tiempos de la Guerra Fría, que querían contener la “amenaza soviética” y evitar la expansión del comunismo. Eran los tiempos de la lucha contra el comunismo y las lógicas políticas eran otras bien distintas a las de hoy. Estábamos hablando de los lejanos años ochenta y noventa del siglo pasado.

COMIENZA LA LARGA OFENSIVA CONTRA LOS TALIBÁN

En octubre del año 2001, una vez que los Estados Unidos habían sufrido los ataques del 11-S, las fuerzas occidentales, con el apoyo de algunas milicias locales antitalibanes, comienzan su ofensiva contra el Gobierno integrista de Kabul. En apenas unas semanas, a finales de ese mismo año, los objetivos políticos y militares se han conseguido y una administración prooccidental, liderada por Hamid Karzai, se instala en el nuevo Afganistán. La victoria era un espejismo, el prólogo de una larga guerra y un interminable conflicto.

«Después de veinte años, llegó la hora de aceptar dos verdades importantes respecto de la guerra en Afganistán. La primera es que no habrá ninguna victoria militar del Gobierno y de sus socios estadounidenses y de la OTAN en ese país.Las fuerzas afganas, si bien son mejores de lo que eran, no son lo suficientemente buenas, y es poco probable que alguna vez lo sean, para derrotar a los talibanes. Esto no se debe simplemente a que las tropas del Gobierno carezcan de la unidad y el profesionalismo para imponerse, sino a que los talibanes están altamente motivados, gozan de un respaldo considerable en el país y cuentan con el apoyo y crucial refugio de Pakistán», aseguraba Richard N.Haas, experto en temas internacionales y ex asesor de George Bush.

Se calcula que los talibanes podrían tener algo más de 50.000 hombres e incluso más, una fuerza considerable para seguir manteniendo en jaque a las autoridades “democráticas” instaladas en Kabul por los occidentales e incluso hacerse con el poder en los próximos meses, revelando el fracaso de toda una estrategia democratizadora para este país que ahora naufraga en medio de la guerra y el caos. La democracia ha sido siempre una idea ajena a esta nación, en parte porque hay ni tradición ni historia que avalen su éxito en una sociedad tan arcaica y primitiva.

DEL HARTAZGO NORTEAMERICANO AL AVANCE TALIBÁN

“En Washington, ya nadie habla de Afganistán”, dice Mark Maz­zetti, corresponsal de The New York Times en la Casa Blanca y ganador del Premio Pulitzer. “En la capital y en todo Estados Unidos hay mucho hartazgo de la guerra más larga en la que hemos participado. Ya no está entre las prioridades de nadie. La CIA cree que Afganistán está devorando demasiados recursos. Incluso en el Pentágono, que solía mostrar más interés que los demás, están quedándose ya sin fuerzas”, explicaba el analista Wiliam Dalrymple.

Este hartazgo reinante en Washington, tanto en la época del presidente Donald Trumpo y ahora con Biden, ha sido explotado por los talibanes que, de una forma sibilina y paciente, han estado esperando a que los occidentales se marchasen para poner en marcha toda su fuerzas para lanzarse a la ofensiva final que les llevaría de nuevo al poder.

El actual inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden, al final ha acabado compartiendo la misma política que su antecesor La administración norteamericana se ha movido en este conflicto entre la frustración por los escasos avances logrados sobre el terreno y la inacción diplomática, contando poco con los vecinos de Afganistán y apenas consultando a sus aliados con respecto al futuro del país.

¿UNA GUERRA PERDIDA?

El futuro del país no se presenta nada halagüeño, desde luego, y a los problemas estructurales se le suman los coyunturales. En primer lugar, en Afganistán nunca ha habido la unidad suficiente como para construir un Estado coherente, autónomo y estructurado territorialmente. No es difícil de prever que uno de los escenarios más previsibles de cara a los próximos años, es que se agudicen las viejas fisuras tribales, étnicas y lingüísticas que caracterizan a la sociedad afgana y las mismas desgarren al país en interminables conflictos.

¿Pero podrá sobrevivir Afganistán sin la ayuda exterior y sin el apoyo de los Estados Unidos y de los países miembros de la OTAN? “El desafío es formidable. Afganistán es uno de los países más pobres del mundo. Hoy día, el ingreso del Estado afgano está apenas por encima de un tercio de lo que EE. UU.destina solo a mantener sus diversas fuerzas de seguridad. Ni qué hablar de la asistencia estadounidense al sector civil (que, por cierto, representa menos de la mitad de las contribuciones europeas). De hecho, Afganistán depende de la asistencia externa para mantener su categoría de Estado desde que Rusia y el Reino Unido jugaron su ‘Gran Juego’ en el siglo XIX”, respondía el ya diplomático sueco Karl Bildt sobre esta espinosa cuestión.

Las negociaciones de paz para Afganistán, iniciadas en septiembre en Doha, avanzan muy lento y en Afganistán no hay un día sin que estalle una bomba, se produzcan ataques contra las fuerzas gubernamentales o haya un intento de asesinato contra una persona destacada de la sociedad civil. Los talibanes no tienen ningún interés en resolver por la vía política el conflicto afgano y saben que es cuestión de tiempo, como ya ocurrió en la década de los noventa, la caída del abandonado gobierno de Kabul.

Los talibanes niegan cualquier responsabilidad en esta ola de violencia ahora reinante, pero para Washington y la mayor parte de sus aliados, no hay dudas sobre su responsabilidad. Los talibanes son responsables de la gran mayoría de los asesinatos selectivos, aunque lo niegan, y han acabado creando un “ecosistema de violencia”. Los asesinatos de periodistas, personalidades políticas y religiosas, defensores de derechos humanos y jueces se multiplicaron recientemente en Afganistán, sembrando el terror en el país e incitando a miembros de la sociedad civil a ocultarse o exiliarse.

¿Pero qué es lo que ha fallado en la estrategia occidental en Afganistán y lo que ha llevado a esta clara derrota en los campos de batalla? Y respondo a la cuestión con unas palabras de William Pfaff y que ponen en entredicho esa creencia occidental de que nuestros valores políticos, éticos y morales son transportables a cualquier latitud geográfica, tal como lo hemos intentado en Afganistán y en Irak. «Obligar a los votantes renuentes a una democracia es una idea intelectualmente insostenible así como imposible de alcanzar», señala Pfaff. ¿Será así, volverá Afganistán a ser ese territorio indómito sin futuro y sin Ley para sus sufridos habitantes? ¿Volverán otro vez al poder los talibanes y se cumplirán los más negros pronósticos?

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