Por: Abelardo De La Espriella.
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El plan macabro de Juan Manuel Santos no podía ejecutarse solo o implementarse por generación espontánea: robarse el plebiscito y, de suyo, la voluntad popular mayoritaria requería cómplices, y, para ese cometido, el Tartufo se tomó la Corte Constitucional. La mamertería y algunos incautos de este otro lado del espectro ideológico discurren en el manido mensaje de “no aplicar el espejo retrovisor”; pero yo les digo: no solo hay que poner todos los espejos retrovisores que sea posible, sino que hay que enfrentar también las causas del despiporre institucional que padece nuestra Patria, ¿o es que para curar una enfermedad no hay que buscar sus orígenes?
La génesis del cáncer que tiene postrada a Colombia no es otra que la del maldito ayuntamiento, por demás concupiscente, entre Santos y las mayorías que este impuso en la Corte Constitucional. Gracias a ese maridaje funesto y prevaricador, el Tartufo se robó el plebiscito y ahora mantiene en vilo la gobernabilidad del presidente Iván Duque. Cualquier decisión del primer mandatario para enderezar los entuertos heredados del gago demoníaco chocará con una barrera infranqueable: los esbirros de Santos en la Corte Constitucional, que, como partícipes determinantes que fueron del golpe de estado que se dio en contra de la voz del pueblo, no dejarán pasar ninguna iniciativa que pretenda resarcir los derechos del constituyente primario, pues quedarían en evidencia todas las maturrangas que se orquestaron para regalarle la impunidad total a las Farc.
Parte del problema es la falta de estatura intelectual, moral y social de los jueces de ese antro en el que se ha convertido la otrora prestigiosa Corte Constitucional. Un solo ejemplo de la descomposición y falta de calidad de sus miembros: Antonio Lizarazo fungió como asesor de Santos en el proceso con las Farc, lo cual no fue óbice para que sus compañeros lo designaran ponente de las objeciones presidenciales a la JEP, las mismas que fueron hundidas, torciéndole el pescuezo a la ley. Ya ni vergüenza tienen los “togados del mal”: hacen lo que se les viene en gana, se creen por encima del Ejecutivo, de todo el Poder Judicial, usurpan las competencias del Congreso, se pasan la Constitución Nacional por la faja, interpretándola a conveniencia, y, lo que es aún peor, desdeñan del veredicto de las mayorías, como si el constituyente primario, es decir, el pueblo, fuese un convidado de piedra.
Si por la Corte Constitucional llueve, por el Consejo de Estado no escampa: digamos que la una es una cloaca, y el otro un lupanar, en el que las cartas están marcadas. El Tartufo también corrompió al Consejo de Estado. Como buenos deshonestos, Santos y sus cómplices de las altas cortes tienen claro que, para los amigos, se interpreta la Ley, mientras que, a los demás, se les aplica, y que más vale un magistrado “amarrado’ que todo el derecho de un lado. Los “honorables” togados de lo contencioso administrativo, frente a supuestos fácticos y jurídicos exactamente iguales, asumieron dos posturas completamente divergentes: despojaron de su investidura a la tristemente célebre Aída Merlano porque no se posesionó al estar privada de la libertad; pero ¡oh “sorpresa”!, conservaron la de Santrich, que tampoco juramentó en el cargo, al estar preso, lo que posteriormente llevó a la Corte Suprema a ordenar la libertad del narcoterrorista jefe de las Farc, porque obviamente sí tiene fuero y, por ello, solo podía estar detenido por orden de su juez natural. En esta ecuación funesta se salva (por ahora) la Corte Suprema, que deberá mostrar en los próximos días, si, en este caso, está del lado de la legalidad, ordenando la captura de Santrich (ojalá no se vuele antes) como en derecho corresponde.
No asistimos a la consolidación del gobierno de los jueces, sino más bien a la dictadura de unos magistrados que actúan al unísono para encubrir lo que, junto con Santos, hicieron: estafar la democracia y prostituir la institucionalidad, a cambio de lisonjas y prebendas.
Que nadie se llame a engaños: Santrich está libre, gracias a Santos y al resto de bandidos que lo han secundado, pues dejaron todo amarrado y siguen conspirando incluso a nivel internacional para garantizar a toda costa que las Farc se burlen de la sociedad y las víctimas.
El presidente debe tomar medidas contundentes para sacar al país de atolladero: Santos nos hundió en el barro; pero Duque tiene la responsabilidad histórica de sacarnos de ahí a como dé lugar.
La ñapa I: La arrogancia de Jesús Santrich solo es comparable con la de Simón Trinidad, que hoy día está bien mansito. ¡Ya veremos qué tan bravo es el bellaco de Santrich cuando lo monten en el avión de la DEA, rumbo a Estados Unidos!
La ñapa II: La peor desgracia que le ha ocurrido a Colombia tiene nombre propio: Juan Manuel Santos, pues el daño que le ha causado a la República tardará años en ser reparado. Falso proceso de paz con las Farc, la corrupción rampante en su mandato y los sobornos de Odebrecht son tan solo algunos ejemplos del legado maldito del Tartufo. ¿Cómo explicarles a nuestros jóvenes tanta impunidad y maldad?
La ñapa III: Hay que reconocerle algo a Iván Cepeda: el hombre está con las Farc “de frente, mar”. Lo que se hereda no se hurta, como dice el refrán.
La ñapa IV: Si tuvieran algo de coherencia Daniel “Pecueca” Samper; María Jimena “la Dulzura Duzán”, “Vladdulaque Flórez” y Antonio “el Ogro” Caballero, ya habrían renunciado todos a la revista Semana, en respaldo a su amigote Daniel Coronel. ¡Qué va: prefieren no patear la lonchera! Poderoso caballero es don dinero.