Por: Leandro Ramos
Se han estado haciendo publicaciones sobre movimientos en la izquierda y la centroizquierda para proyectar candidatos presidenciales. Inclusive se menciona que varios políticos andan escarbando para ver si tienen “raíces liberales” que les permitan ser “opción de poder”. Casi conmovedor. Pueden parecer lances prematuros, pero en buena medida implican que el actual presidente y su gobierno no consiguen impregnar de política a su gestión. No llenan el espacio ideológicamente y el tiempo se les agota.
Comete un gran error quien en ejercicio de un alto cargo político deja de ser político y pasa repentinamente a actuar como técnico de la administración pública. Nadie se lo cree. Todos esperan de hecho que continúe el flujo de posiciones políticas que le conocieron, de anuncios de reformas aquí y allá, de contradicciones con sus opositores.
El acuerdo tácito del Estado moderno es que el ocupante de un cargo político planteará con grandilocuencia los cambios anhelados por sus electores y la gente esperara pacientemente a que la burocracia convierta esas instrucciones en cambios reales, sensatos y coherentes con la institucionalidad. La vieja y tensa unidad entre política y técnica.
Luego de la Constitución del 91 sobrevivió mal que bien la rotación liberal-conservadora del Frente Nacional, hasta que Álvaro Uribe introdujo una forma de hacer política que trastornó las viejas prácticas y desafió las recomendaciones de la mercadotecnia de campañas.
El ex presidente ha descrito que su campaña para la presidencia se caracterizó por proponer un “mensaje simple”: convertir la “seguridad democrática” en la columna vertebral de su gobierno. Presentó también un “Manifiesto democrático” de cien puntos con promesas concretas, ajustes dirigidos a hacer funcionar las cosas. Su contenido lo elaboró luego de dedicarse a “escuchar a todo el mundo”, a través de “talleres democráticos” que llegaban a durar todo el día, o en decenas de entrevistas radiales. Durante dos años, por todo el país.
Ganó de manera contundente. Cumplió significativamente con su promesa de restablecer para el país, en otras palabras, el monopolio estatal de la fuerza. Ejerció como presidente de una manera muy similar a como se comportaba como candidato. Consiguió la adhesión popular, con connotaciones emocionales para muchos, propias de un caudillismo. Logró reelegirse y ha “colocado” desde entonces a sus sucesores (salvo lo ocurrido con la reelección fraudulenta de 2014).
Parece no obstante que el mecanismo de activación del capital político que le permitiría volver una vez más a vencer en la siguiente campaña presidencial está en riesgo. Si continúa siendo este el de la promoción del elegido personal para luego consagrarlo ante su partido.
“El que diga Uribe” será esta vez una apuesta muy arriesgada. No hay ser humano ni técnica psicológica capaz de juzgar el carácter de otro individuo de manera cierta. Las profundas decepciones al respecto deberían por tanto conducir a archivar el procedimiento.
En su reemplazo, la vía más segura de prepararse para lo que será una dura batalla con la izquierda en 2022 será la obvia, la natural: elegir al líder que logre hacer esa forma de política que tanto cautivó a las mayorías democráticas y republicanas del país. Quien tendrá las mejores opciones de reactivarlas y reanimarlas no va a ser el preferido del director técnico de la selección sino quien efectivamente sea el mejor jugador del equipo.
El que haga pues política como la hizo Uribe, como se hace desde Pericles: una política con un mensaje claro sobre las decisiones que se tomarán para que el Estado cumpla con sus funciones esenciales; al mismo tiempo inspirador, en torno a las oportunidades que hace falta nivelar para que los esfuerzos individuales y familiares siempre rindan frutos.
Un método de contacto directo con la base popular, mediante innumerables encuentros de todos los tamaños, escuchando antes que pontificando. Un candidato que sobresalga por su carácter directo, firme y auténtico. Que evita además rodearse de asesores dispersos, afanados, celosos y que repiten como loros lo que apenas entienden. Tendrá que empezar pronto.
Las condiciones están dadas, solo falta que el mensaje, el método y el carácter adecuados catalicen la voluntad popular en la dirección de la cultura política dominante del país. Será también de gran ayuda una conducción teñida por el mismo ideario desde el actual gobierno nacional.