Por: Henry Mesa Balcázar
Para nadie es un secreto el hecho de que en la fase actual en la que se encuentra el sistema capitalista mundial (que muy bien podría describirse como «oligarcopólica») aquellos que tengan el control accionario de los grandes grupos económicos (que son ya todos de alcance transnacional) son también, en la práctica, los titiriteros detrás de bambalinas de los entramados políticos de los países y las naciones. Es un asunto irrefutable que los políticos (por muy poderosos que pudieren ser o parecer) tienen solamente el margen de acción y de maniobra que les permiten los verdaderamente poderosos: los dueños del capital, aquellos que por talento, audacia y visión estratégica supieron generar riqueza y valor agregado transformando recursos y potencialidades en productos tangibles capaces de crear y dominar ingentes cuotas de mercado nacional e internacional. Esto es algo que jamás podrán comprender y entender las estrechas y resentidas mentes que han adoptado los dogmas anacrónicos e inviables del socialismo y el marxismo.
Y si existe en Colombia una familia genuinamente poderosa (tal y como es entendido y asumido el «poder» en el mundo anglosajón) es la Gilinski, la cual posee actualmente una fortuna de unos 4.300 millones de dólares, según el Índice de Multimillonarios de Bloomberg. Esta cifra aproximada no le da aún para ser el clan económico más rico del país, empero, si se hace un breve análisis de los niveles de posicionamiento y capacidad de convocatoria, integración y negociación frente a las auténticas élites capitalistas del mundo, los Gilinski son por mucho el único clan colombiano capaz de sentarse frente a frente con los «amos fácticos del mundo» (casi todos anglosajones y europeos) para idear y ejecutar ambiciosas estrategias de expansión y dominación capitalista pura y dura.
Baste con recordar que el patriarca actual de la familia, Jaime Gilinski, reside y tiene su centro de operaciones en el corazón de la «City» de Londres (donde no es extraño verle reunido con personas del perfil de los banqueros Rothschild), y su segundo a bordo, su hijo Gabriel Gilinski, hace lo mismo en la ciudad de Miami.
A manera de pequeño pero contundente ejemplo, nadie puede olvidar que los Gilinski fueron una de las mentes maestras del megaproyecto de ampliación y modernización del Canal de Panamá, el cual tuvo un costo total cercano a los seis billones de dólares (billones en términos estadounidenses). Así que nadie debe llamarse a engaños, porque los Gilinski son los únicos colombianos que realmente pueden ser considerados como miembros reconocidos de las élites económicas capitalistas que rigen en el mundo actual.
Ahora bien, en los últimos días sorprendió a todo el mundo la temerarias OPAs (Ofertas Públicas de Adquisición) que lanzaron los Gilinski, primero en pos de hacerse con el control del grupo NUTRESA, y en las últimas horas también en pos del GRUPO SURA. Ambas OPA (la primera en sociedad con el fondo de inversión de la familia real de Abu Dabi, y la segunda únicamente en cabeza del grupo Gilinski como tal) son evidentemente lo que en el argot financiero se denomina una «toma hostil», no solamente por lo sorpresivo y envolvente de las ofertas, sino además porque las han hecho a un precio fijado por acción bastante más alto del público y justo en un momento en el que el dólar está escalando en su relación de cambio frente al peso colombiano, con lo cual todos aquellos que vendan sus acciones recibirán unos réditos difícilmente repetibles.
Los Gilinski, fieles a la contundente agresividad con brillantes sesos muy característica de los empresarios judíos, cogieron a los antioqueños del GEA con los «calzones en la mano», lo cual no deja de ser una franca humillación para un conglomerado de familias acostumbradas a ser ellas las que manipulan, especulan, emboscan y liquidan a sus contendientes más pequeños o vulnerables. La élite económica antioqueña (insignificante si se le compara con el poderío de las auténticas élites transnacionales pero evidentemente todopoderosa tomada en el ámbito colombiano) se encuentra de ese modo ante el que bien puede ser el desafío más grande que haya podido enfrentar, ante un contendiente que -a diferencia de ellos- sabe estrategizar, acorralar y dar Jaque Mate al más puro estilo de los tiburones de Wall Street o Londres. Y el tiempo se les agota, puesto que el 17 de diciembre es el plazo límite para que el GEA presente una contraoferta viable a la OPA por NUTRESA presentada por los Gilinski, para lo cual deberán encontrar en menos de quince días un socio estratégico con 15 billones de pesos constantes y sonantes. De no ocurrir así, los en no pocas veces soberbios empresarios paisas habrán perdido el control de su amada y mimada joya de la corona: el GEA.
Pero que nadie se llame a engaños aquí, porque la audaz ofensiva de los Gilinski por hacerse con el pleno control del GEA no encierra únicamente propósitos y consecuencias ceñidas a lo estrictamente económico (hacerse con patrimonios, good will, know how, mercados y capitales superiores a los 4 billones de pesos), sino que conlleva además -de llegar a fructificar-un intrincado y para nada desestimable conjunto de impactos de mediano y largo plazo en el panorama político y de repartición del poder real en Colombia.
Y esto es así porque, durante los últimos cincuenta años, el GEA fue la punta de lanza de la élite antioqueña para impulsar a tumba abierta a políticos y proyectos políticos (a lo largo y ancho de la geografía colombiana) afines, serviles e instrumentales a sus intereses corporativos. «Hijos» dilectos de la chequera y del poder de manipulación e influencia del GEA han sido -por citar únicamente a los más relevantes- César Gaviria Trujillo, Andrés Pastrana, Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos e Iván Duque (tal y como lo son en este momento Alejandro Gaviria y Sergio Fajardo, precisamente hijos de connotadas familias antioqueñas que toda la vida fueron serviles a los intereses del GEA, y fueron muy bien pagadas por ello), pero no es menos cierto que en la práctica ningún político exitoso a nivel de los departamentos y ciudades más grandes de este país ha podido renunciar al apoyo del GEA so pena de caer en la derrota, el ostracismo y el olvido. Hay que decirlo con claridad: así como el GEA ha sido un factor de creación de riqueza, generación de empleo y crecimiento económico en este país (sobre todo para Antioquia y sus cerreras élites), también ha derivado en un factor de perturbación, injerencia e inequidad, puesto que en ello terminan todos los grandes monopolios que siempre optan por anteponer sus grandes y complejos intereses particulares a los de una sociedad. Cabe entonces formular una pregunta, difícil pero necesaria: ¿Alguna vez podrán los colombianos saber con certeza hasta qué punto llegaron las relaciones del GEA -fueran ya directas o por interpuesta persona- con los truculentos fenómenos del narcotráfico y el paramilitarismo que asolaron y desolaron al pueblo colombiano durante las últimas cuatro décadas?…
Los Gilinski son, evidentemente, conscientes de todo esto, y por ende es casi que seguro que también han contemplado dentro de su estrategia de expansión estructural de su conglomerado económico el necesario factor de «enroque político y mediático» en el seno de la sociedad colombiana. Y ello debe ser así porque, dadas las turbias realidades sociológicas de este país (en el cual se ha enraizado una contracultura mafiosa en cada una de sus esferas y sectores económicos, sociales y culturales), aquel que no tiene forma de controlar o al menos contener al poder político y mediático en sus diversas estructuras regionales, no podrá ejercer el poder real en todo su conjunto, lo cual es factor sine que non para la expansión, prevalencia y perdurabilidad de cualquier conglomerado empresarial.
Tan conscientes son de ello los Gilinski que no solamente van a por el GEA, sino que también están en la puja por hacerse con el control de influyentes medios de comunicación a nivel nacional y regional. Ya son los dueños del grupo SEMANA, y ahora van por influyentes medios regionales como el País de Cali y el Colombiano en Medellín. Para el cumplimiento de este propósito transversal Jaime Gilinski ha designado a su hijo Gabriel.
Y esto tampoco es un asunto menor. Ya sabemos que a través de Semana los Gilinski se han convertido en un bastión de apoyo mediático para la derecha colombiana, y para el agónico Uribismo en particular. Empero, la apuesta estratégica de Jaime Gilinski en lo político se decantó desde hace mucho tiempo atrás en favor del proyecto político de Gustavo Petro. Petro y Gilinski son grandes amigos, y a nadie debiera extrañarle si en algún momento se llegase a saber que detrás de los grandes mítines presidenciales que está realizando Petro -extemporáneamente- a lo largo y ancho del país está el poderoso brazo financiero del patriarca Gilinski (el actual).
Juegan de este modo los Gilinski -con los cojones de David y la maestría estratégica de José (el hijo de Jacob)- a dos bazas: con su poder mediático dan vida a la derecha, y con su poderío económico impulsan al Petrismo…
Más allá de cualquier cursilería seudointelectual, es obvio que al poder político real se accede mediante el dinero en cantidades industriales, y que para poder conservar y expandir el poder económico es impajaritable ser el titiritero del poder político. Así las cosas, en junio del próximo año -en plena segunda vuelta presidencial-, el ganador de la primera vuelta de entre los dos conglomerados que contienden con Petro (ya sea la coalición de derecha o la coalición santista) contará con el músculo financiero medular del GEA, mientras que Gustavo Petro contará con el apoyo a todas luces angular de Jaime Gilinski. Y jamás debe olvidarse que, en lucha de titanes, la gloria siempre favorece al más audaz. Ojalá y, de materializarse este escenario, la brillantez y audacia de Jaime Gilinski sean capaces de frenar la deriva neocomunista y totalitaria que rondan las mentes y las almas (ebrias de resentimiento y sedientas de venganza y revancha) de Petro y su multitudinaria y aciaga turba de adoradores.
Henry Mesa Balcázar