Por: Mayor General (RP) William René Salamanca Ramírez
Culmina otro año de enormes afugias para la humanidad, marcado por los vaivenes de una pandemia que sigue afectando gravemente nuestra cotidianidad, en especial la forma de relacionarnos con los demás.
Entiendo que todos estemos ávidos de salir a pasear y festejar, pero no son tiempos de malgastar y desbordarnos como si no hubiese un mañana. Por el contrario, son tiempos para reflexionar sobre nuestro futuro y tomar los correctivos necesarios, no solo para superar la crisis que nos deja el coronavirus, sino para ser mejores como individuos y colectividad.
Pero veo con preocupación cómo este fin de año, en casi todos los pueblos de Colombia, muchas administraciones locales quieren botar la casa por la ventana gastando enormes recursos del erario en la financiación de festividades, dineros que, en esta época de austeridad, deberían ser priorizados para fortalecer la salud, la educación, la vivienda y demás necesidades básicas de un país donde unos 42 millones de compatriotas enfrentan dificultades para suplirlas.
Sin querer ser aguafiestas, y a manera de ejemplo inspirador, comparto con todos ustedes una bella experiencia vivida en los últimos días, cuando tuve el honor de acompañar a tres jovencitos de Samacá (Boyacá), a una mágica presentación con la Orquesta Sinfónica Prejuvenil de Bogotá, realizada en el teatro Jorge Eliécer Gaitán.
Mariana Aponte y los hermanos Jonathan y Fredy González se convirtieron en los mejores representantes de los 150 niños, niñas, adolescentes y jóvenes que hacen parte de la Escuela de Formación Musical de este bello pueblo boyacense y de su Sinfónica Juvenil.
Todos ellos son protagonistas de un sueño que empezó a gestarse bajo el liderazgo de entrañables amigos, como Jacinto Rodríguez, y del maestro Víctor Julio Ropero, quienes interpretaron el enorme sentir y talento de un excelso grupo de jovencitos que quería a través de la música clásica un mejor futuro para ellos, sus familias, su municipio, su departamento y su patria.
De cantarles a los campesinos de la tierra del cacique Samacá y hasta a un Presidente de la República pasaron a brillar en el Zonal de Bandas de Villa de Leyva, el Festival Internacional de la Cultura de Tunja, los Concursos Departamentales de Paipa y La Vega, el Concurso Nacional de Bandas y la Fiesta Nacional de la Vendimia, en la lejana ciudad argentina de Mendoza, en el marco de Promoción de Colombia en el Exterior.
Nuestros talentosos jóvenes fueron ovacionados en la Sala Violeta, del Espacio Cultural Julio Le Parc, y en el Carrusel Vendimial, un desfile de carros y colectividades al que asisten tradicionalmente más de medio millón de argentinos, donde los hijos de Samacá se destacaron por su sobriedad, organización y repertorio, compuesto por cumbias y porros, entre otros.
Después de estos probados éxitos, en 2020 se comenzó a estructurar la Escuela de Formación Musical, que incluye la prebanda, el coro infantil, las bandas infantil, juvenil y fiestera, la orquesta tropical y los grupos de guitarra y piano.
Pero me sorprendió que, a pesar de lo inspirador que resulta ser este valioso proyecto de inclusión social, Mariana, Jonathan y Fredy hubiesen tenido que sacar de sus propios bolsillos para financiar su desplazamiento y estadía en Bogotá, tal como lo hacen hasta tres veces por semana para cumplir, no solo su sueño, que enaltece a todos los jóvenes de la provincia colombiana, sino que nos muestra un camino distinto para crecer como país, como quedó sintetizado en una frase que le escuché a uno de ellos: “Siempre preferiré un instrumento musical en mis manos, que cualquier tipo de arma”.
Estos tres jóvenes, al igual que los demás integrantes de la Escuela y la Banda Sinfónica de Samacá y otras manifestaciones artísticas y culturales de Boyacá y el resto del país, necesitan un trato más justo y un mayor respaldo a tan heroicas acciones, en especial de las administraciones locales, como de seguro lo hará el alcalde de Samacá, Luis Alberto Aponte, quien la pasada Noche de las Velitas volvió a ser testigo del enorme talento de sus paisanos, durante el encendido de las luces navideñas.
Fueron ellos quienes, en los momentos más oscuros de la pandemia, acompañaron mediante videollamadas a miles de colombianos, interpretando la canción ‘It’s a small world’, la famosa obra creada para la feria mundial de New York hace más de 50 años y supervisada por Walt Disney, en honor a los niños de la Unicef, que se estrenó en 1966, en el parque de Disneylandia, con un éxito que se extendió a lo largo y ancho de Estados Unidos.
Por todo lo anterior, es importante advertir que así como hay plata para festejar la Navidad y el Año Nuevo a manos llenas, también debe haber recursos suficientes para financiar estas invaluables expresiones culturales, las cuales nos dejan mucho más que una alegría momentánea, seguida de una resaca.
No es un favor el que les estamos haciendo a nuestros niños, niñas, adolescentes y jóvenes; es una obligación constitucional y social invertir en el desarrollo de sus talentos, responsabilidades estatales suplidas muchas veces por líderes de la calidad y generosidad de la señora Vivi Barguil de Sarmiento, quien, a través de su Fundación A la Rueda Rueda, contribuye de manera decisiva a la protección de niños en situación de vulnerabilidad.
Su reciente Subasta de Arte con sentido social, avalada por la casa Christi’es de New York, recolectó los recursos necesarios para continuar la formación de alrededor de 400 niños, niñas y adolescentes en programas de música, pintura, danza, boxeo, deportes y ajedrez, actividades que los alejan de los peligros de la calle.
Por eso, mi llamado a todos los gobernantes, del orden nacional, distrital, departamental y municipal, lo mismo que a los distintos candidatos presidenciales, es a convertir la cultura en el verdadero motor de nuestro desarrollo, en el antídoto contra la desigualdad social, para que algún día festejemos el fin de la ignorancia, que nos condena al atraso y muchas veces se transforma en violencia. ¡Felices fiestas!