Por: Andrés Villota
El efecto riqueza es el comportamiento proclive al gasto y al endeudamiento que adopta una sociedad con base a la percepción que tiene sobre su propia economía, sus ingresos y sobre el movimiento al alza de los precios de las acciones en la bolsa de valores local.
El efecto riqueza en Colombia, en el sentido literal de la definición, no existe. Tan solo el 1% del total de colombianos es propietario de acciones que se transan en la Bolsa de Valores de Colombia, por lo que no puede existir una correlación entre el comportamiento de los precios de las acciones al alza y la sensación de la sociedad de “creerse más rica”. Lo más parecido al efecto riqueza, son los periodos de “optimismo” frente al futuro que, genera altos niveles de consumo, gasto y expansión de la economía por motivos asociados a las expectativas positivas que se generan en el largo plazo, con base a los hechos del presente. Según mediciones hechas por Gallup, por ejemplo, el momento en el que los colombianos han sido más optimistas sobre su futuro, fue en julio del 2008 (Operación Jaque). Y el momento de mayor pesimismo en los últimos 25 años, fue en junio del 2014 (Reelección del Presidente Juan Manuel Santos).
Sin embargo, y desde siempre, los colombianos han creído que son una nación inmensamente rica. Lo que ha generado grandes y graves distorsiones sobre la realidad económica. Durante el periodo de creación y expansión del sector industrial con el objetivo de sustituir la importación de bienes, la sobrevaloración de la realidad económica llevó a los sindicatos a hacer peticiones que sobrepasaban por mucho las condiciones mínimas de bienestar laboral y, por el contrario, desafiaban las leyes económicas, las leyes del sentido común y hasta las leyes de la física, cuando algunos pretendían pensionarse trabajando solamente la mitad de los años requeridos para poder hacerlo.
La mayoría prefirió matar a la gansa de los huevos de oro antes que entender y asumir la realidad económica de su entorno. Hoy en Colombia el 80% del empleo lo genera las PYMES. Esa es una consecuencia directa de la debacle industrial ocurrida en la segunda mitad del siglo pasado. Esos empresarios de hoy, son muchos de los obreros damnificados por la quiebra de miles de industrias que, tuvieron que cerrar sus puertas por las exigencias irracionales de los altos jerarcas sindicales.
En una clase que daba sobre la Deuda Pública y el Mercado de los TES me impresionó la percepción que tenía la mayoría de los estudiantes sobre el Estado. Para ellos, el Estado, era un ente inmensamente rico que tenía recursos ilimitados. Por eso no entendían la razón por la que el Estado se tenía que endeudar con los particulares para poder funcionar o no captaban la dependencia que tenía la inversión social con el pago de los impuestos de las personas naturales y jurídicas.
Por alguna extraña razón, durante toda su vida escolar, nadie les había explicado el funcionamiento del Estado en una democracia liberal, el funcionamiento del capitalismo y del libre mercado, o les habían hablado de la importancia del trabajo y sobre la generación de valor y de la riqueza. A diferencia de los regímenes comunistas que, desde la tierna infancia, le enseñan el funcionamiento (así no funcione) del comunismo, de la ausencia de la propiedad privada, de las expropiaciones a los empresarios ricos, y de la estructura del Estado y del Partido Único.
Esa creencia generalizada sobre la riqueza inconmensurable del Estado lleva a una comunidad a rechazar un proyecto productivo privado en una Consulta Previa asumiendo que, el Estado, es el que los debe sacar de la miseria y el abandono. O hace que los Magistrados de las Altas Cortes desafíen los principios básicos de la racionalidad económica, cada vez que se pronuncian. O lleva a los Alcaldes y Gobernadores a tomar decisiones que van en contravía de la lógica de la ecuación contable.
La tozudez de los colombianos por sentirse ricos, parece desconocer la evidencia que ha demostrado todo lo contrario. Colombia por ser pobre, por ejemplo, no pudo realizar las obras necesarias para ser la sede del Mundial de Fútbol en 1986 y tuvo que cederle a México el privilegio otorgado por la FIFA desde el año de 1974. También, por no ser un país rico, cada vez que ha sufrido alguna tragedia natural se tiene que realizar colectas o pedir donaciones de los particulares para poder enfrentar la crisis por no contar con los recursos para hacerlo de manera suficiente.
Por eso, la actual Alcalde de Bogotá, ha tenido que promover dos “donatones” para poder conseguir recursos para comprar comida, respiradores y tabletas electrónicas para que los niños puedan estudiar desde sus hogares. Tuvo que hacer una emisión de deuda pública local por USD$ 170’000.000,oo. Y la Secretaria de Planeación de Bogotá, Adriana Córdoba, realiza a través de los medios de comunicación, “llamados” al gobierno nacional para que le transfiera al Distrito, once billones de pesos colombianos para poder atender todas las obligaciones que exige la extensión de la cuarentena por término indefinido en la ciudad.
Quizás esa misma sensación de riqueza, ha logrado que las personas no respeten la disciplina social que exige el aislamiento preventivo porque asumen que en caso de contagiarse del virus potencialmente mortal, el Estado cuenta con los recursos ilimitados para atenderlos o para poder mantenerlos aislados sin necesidad de volver a trabajar y producir. La promesa de entregar un ingreso mínimo vital, aparte de ser un imposible financiero, compromete de manera seria y grave la sanidad de las finanzas públicas colombianas que han sido manejadas de una manera ortodoxa durante los últimos cien años.
Los enormes costos del aislamiento obligatorio han desnudado la verdadera riqueza de las naciones. Ojalá en los colegios de Colombia, le enseñen a los niños sobre el origen real de la riqueza y les dejen claro que, el Estado, no es una fuente inagotable de recursos Es la única forma de sacar de la ignorancia a todos aquellos que “sienten” que el Estado colombiano es inmensamente rico, sin serlo.