Por: Margarita Restrepo
Aún no termino de digerir la noticia de la muerte de mi amigo Herbin Hoyos, un colombiano admirable que durante décadas dio una heroica batalla en defensa de las víctimas del terrorismo.
A pesar de los riesgos, de las amenazas, de las persecuciones, él cumplió con lo que consideraba era un designio de vida.
Mucho se ha escrito de su trabajo, se de su obra, de su compromiso con quienes padecieron los rigores de la violencia.
Herbin no era un hombre partido. Su militancia era la causa de las víctimas. Sin ambigüedades ni sesgos. Con igual vehemencia denunciaba los abusos de guerrilleros y paramilitares. Un secuestrado es un secuestrado, sin importar la denominación de la estructura criminal que perpetre ese abominable crimen.
Desde mi llegada al Congreso de la República en 2014, a darle complimiento a un compromiso adquirido durante los tiempos de campaña: dar visibilidad y luchar por enaltecer y hacer cumplir los derechos de las víctimas de reclutamiento forzado de menores, delito de lesa humanidad que ha sido y continúa siendo cometido en Colombia de manera sistemática y generalizada por grupos terroristas, particularmente las Farc -ahora, a través de las denominadas “disidencias”-.
No ha sido una labor sencilla. El gobierno de Santos, las Farc, las supuestas organizaciones defensoras de los Derechos Humanos, algunos medios de comunicación y muchísimos dirigentes políticos y sociales con afinidad ideológica con la guerrilla, se encargaron de ponerle una campana neumática a mi gesta.
En medio de esa labor, apareció la ‘Corporación Rosa Blanca’, integrada por niñas -hoy mujeres adultas- que fueron reclutadas por las Farc. Ellas pudieron organizarse gracias al liderazgo de Herbin. Las apoyó, las impulsó, les ayudó a abrir espacios para que su voz fuera oída.
Gran labor, que merece todo el reconocimiento.
Luego del fallecimiento de Herbin, algunos han insinuado que las víctimas han quedado huérfanas. No es ni será así. La más bella conmemoración que podemos hacerle a su memoria consiste, esencialmente, en tomar la posta que él nos entregó y redoblar los esfuerzos para que su obra continúe extendiéndose por todo el país.
Son muchas los proyectos que Herbin ha dejado en marcha. Era un hombre imparable, que permanentemente apuntaba a nuevos horizontes con el propósito de que las víctimas no fueran relegadas ni maltratadas. Se enfrentó a todos los poderes apoyándose única y exclusivamente en su valor moral.
Herbin Hoyos puede descender tranquilo a la tumba. Quienes lo conocimos y tuvimos el privilegio de acompañar sus iniciativas adquirimos desde ya el compromiso de continuarlas, de hacerlas crecer y de luchar sin descanso para lograr que su sueño, algún día, se haga realidad: que los victimarios reciban una sanción proporcional al daño que causaron.