Por: Miguel Gómez Martínez
Para algunos es la nueva Colombia que por fin se hace visible. Para otros es un desorden total. Lo cierto es que la ciudadanía descubre que, detrás del logotipo del Pacto Histórico, existe una sumatoria incoherente de personajes y personalidades.
Representan cada uno su propia minoría con su agenda temática. También hay perfiles muy novedosos en las bancadas verdes. A ello hay que adicionar los populistas de todos los partidos buscando llamar la atención con poses e ideas “creativas”.
El problema del congreso es que debe abordar una agenda legislativa. Lo que veremos es una avalancha de iniciativas con temáticas rebuscadas, sin fuentes de financiamiento ni estudios de legalidad que serán discutidos en comisiones e irán haciendo su trámite legislativo hasta que la inmensa mayoría de ellos terminen archivados por inviables.
El problema es que algunos de ellos pasarán el tamiz y se convertirán en leyes absurdas de la república que generarán obligaciones y prohibiciones, consumirán recursos públicos y obligarán al estado y a los ciudadanos a cumplir con lo estipulado, sin importar lo que ello implique.
El gobierno deberá enfrentar graves dolores de cabeza para coordinar lo que parece un desorden. Todos querrán figurar y quemar fiebre, mostrarse activos, propositivos y revolucionarios. Las redes los juzgan y ellos están convencidos de que todo lo pueden.
Este escenario donde proliferan los novatos es ideal para los políticos con experiencia que aprovecharán el desorden para navegar y lograr que sus temas avancen.
Ellos que conocen los vericuetos de la ley 5ª- el reglamento del congreso- y dominan las técnicas de cabildeo en los ministerios y agencias estatales, les llevan una ventaja inmensa a quienes creen que la credencial los hace iguales en los recintos.
No son iguales y aprenderán pronto que el trabajo legislativo no es un asunto de ideas y discursos sino de trucos y manejo. El más preocupado debería ser el nuevo gobierno porque una cosa es tener una mayoría diversa y otra bien distinta una montonera que le haga aún más difícil gobernar.