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Delirium tremens en la Casa de Nariño 

por El Expediente
octubre 19, 2023
en Opinión
Tiempo de leer:5 mins read
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La destrucción del Congreso de Colombia
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Por: Eduardo Mackenzie

Colombia debe cargar ahora, gracias al presidente Gustavo Petro, con la ignominia de ser, después de la Venezuela de Hugo Chávez en 2009, el primer país no musulmán que expulsa a un embajador de Israel. 

“No he dicho que el embajador de Israel esté expulsado. Solo se aspira (sic) y se indica que la cordura de las palabras y respeto al presidente Petro son obligatorias en las relaciones diplomáticas”. Esa declaración de Álvaro Leyva, ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, es mentirosa. El sí expulsó al embajador israelí, Gali Dagan, la víspera en los términos más inicuos: el embajador de Israel debe “pedir excusas e irse”, lanzó Leyva. ¿Por qué? Porque el embajador había rechazado la demencial comparación que hizo Petro de las acciones israelíes contra Hamás con la exterminación nazi de judíos durante la Segunda Guerra mundial.

Pocas horas después del comienzo del pavoroso ataque terrorista contra el pueblo judío por Hamás, que dejó más de 1.500 israelíes asesinados (la mayoría civiles, jóvenes, bebés y familias enteras), 4.100 heridos y 199 rehenes desaparecidos en Gaza, y 500.000 israelitas desplazados por la guerra, el gobierno de Petro optó, no por condenar ese crimen bestial ni por expresar la solidaridad de Colombia con las víctimas, como hizo inmediatamente todo el mundo civilizado. Hizo lo contrario: insultó a las víctimas y calificó al gobierno israelí de “neonazi”.  Lo que hace es puro delirio antisemita.

Siete horas después de comenzado el ataque del 7 de octubre, mientras seguían lloviendo los cohetes de Hamas sobre Israel, Petro le pidió a Israel que negociara la paz. Léase: que abandonara todo tipo de represalia. Eso fue pura solidaridad con Hamás.

Petro no es el primer “presidente izquierdista” de Colombia, como afirma cierta prensa. Es el primer presidente con antecedentes criminales: militó en un grupo narcoterrorista, el M-19, que atacó a bala en 1982 la embajada de Israel en Bogotá y que actuó como mercenario del Cartel de Medellín. Petro muestra ahora que es un admirador de Hamas. Sus insultos de estos días contra Israel están salpicados de la viciosa propaganda de esa organización terrorista.  

Petro y los grupos que lo apoyan pusieron un signo de igualdad entre Hamas y el gobierno de Israel; han presentado la respuesta defensiva de Israel como un crimen, idéntico a la masacre del 7 de octubre. Esa es otra manera de disculpar a Hamás.

Petro entró en cólera al ver que Israel respondió como debía: con bombardeos contra los cuarteles, oficinas, radares, túneles, tropas y guaridas de Hamás en la franja de Gaza y contra sus rampas de cohetes. Petro sacó de ello una conclusión asombrosa: que la acción defensiva de Israel era igual a la “persecución nazi de los judíos” y que “las naciones democráticas no deben permitir que el nazismo regrese a la política internacional”.  

Como el embajador Dagan refutó tales embustes y le pidió que condenara el ataque terrorista contra civiles inocentes, el ocupante de la Casa de Nariño se negó a hacerlo y agredió aún más al mundo judío. Dijo que Israel comete un “genocidio” contra los habitantes de Gaza. Horas después de esas palabras, en dos días diferentes, simpatizantes de Hamás pintaron símbolos nazis en muros de la embajada de Israel en Bogotá.

El presidente colombiano amenazó con suspender las relaciones exteriores de Colombia con Israel. Y remató: “el terrorismo es matar niños inocentes, ya sea en Colombia o en Palestina”. Horas más tarde, Álvaro Leyva, pedía al embajador Dagan que saliera del país.

Las desesperadas contorsiones del presidente aumentaron la indignación de Colombia contra él. El Congreso Judío Mundial fustigó la actitud de Petro y el Departamento de Estado comenzó a reexaminar su expediente. Algunos gobiernos ven a Petro como un peligro para el continente.

La prensa descifró que Petro había fabricado un pretexto para romper los lazos diplomáticos, culturales, comerciales y militares entre Colombia e Israel. Su plan es claro: quitarle a Colombia las importaciones de seguridad que Israel, aliado firme, le ha prestado a Colombia, hoy y en los momentos más duros de la lucha contra el narco comunismo. Aislar a Colombia para facilitar el auge del narco y de la subversión comunista y para entregar el país al campo totalitario –China, Rusia, Irán, Corea del Norte–, es el objetivo oculto de las agresiones diplomáticas contra Israel.   

Ese episodio, como todo lo de Petro, es vulgar, confuso, vergonzoso y provoca ansiedad en la nación colombiana. Una agencia de prensa europea observó que, si bien el ministerio de Leyva “había emitido un comunicado para condenar el terrorismo y los ataques contra civiles ocurridos en Israel”, horas más tarde esa declaración fue “eliminada y reemplazada por una versión que omitía cualquier mención al terrorismo”.

En vista de ese silencio y de las “declaraciones hostiles y antisemitas” de Petro, el gobierno de Israel anunció que podría suspender las exportaciones de seguridad a Colombia (1). Y convocó a la embajadora de Colombia, Margarita Manjarrez.

En sus twitts Petro lanzó frases dementes: “Algún día el Ejército y el Gobierno de Israel nos pedirán perdón [a los colombianos] por lo que hicieron sus hombres en nuestra tierra desatando el genocidio. Me abrazaré con ellos y ellas y lloraré por el homicidio de Auschwitz y de Gaza, y por el Auschwitz colombiano. Hitler será derrotado en bien de la humanidad, su democracia, la paz y la libertad del mundo”. 

Traducción: Israel “desató un genocidio en Colombia”; la lucha de Israel contra Hamás es igual a la acción de Hitler en Auschwitz contra los judíos; Hitler todavía no ha sido derrotado, pues Hitler está en Israel. 

Petro pretende vender la idea de que la ayuda militar israelí a Colombia, durante la lucha de años contra los carteles de la droga y el narco-comunismo, equivale a un “genocidio”. 

Petro ve la derrota y desmantelamiento de cinco guerrillas, y la desmovilización de los paramilitares durante el gobierno del presidente Álvaro Uribe (2002-2010), como un “genocidio”. Ese es el “Auschwitz colombiano” que clama Petro.  ¿Por qué Auschwitz?  Porque, en su delirium tremens, Petro ve esos aparatos de muerte como víctimas inocentes y a las fuerzas del Estado como un ejército hitleriano. 

Que todo eso aparezca en la labia de Petro es inquietante. ¿Decretará la quema de libros de autores judíos? ¿Decretará la expropiación de las empresas israelíes?  ¿Recibirá un primer embajador de Hamas? ¿Están diseminando esas ideas en las bases del Pacto Histórico y de Colombia Humana? Los excesos de Petro van más allá de todo. El fantasma de la destitución de ese presidente por violación de la Constitución y de las leyes recorre a Colombia. 

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