Por: Andrés Villota
Vi caer el Muro de Berlín y años después estuve en la Rusia post soviética. En la Plaza Roja de Moscú me impactó ver a un grupo de ancianos, no más de 10, que deambulaba en silencio, sin rumbo, portando unos carteles con la imagen borrosa de Lenin y cargando un par de banderas de la desaparecida Unión Soviética, raídas y descoloridas por el paso del tiempo. A su alrededor caminaban grupos de jóvenes que los ignoraban como si, en el mundo real, no existiera el reducido número de activistas de la tercera edad.
El perfecto retrato del comunismo: anacrónico, vetusto, sin argumentos, errático y minoritario. Los comunistas siempre han sido una minoría. Vladimir Lenin consciente de eso escribió una diatriba contra el capitalismo justo antes de tomarse el poder. El comunismo era bueno porque el capitalismo era malo. Sabía que ese cuento del materialismo histórico y de la dictadura del proletariado nadie lo entendía, sonaba etéreo y la teoría marxista era solo eso, una teoría.
Eso se vio reflejado en la elección de la Asamblea Constituyente Rusa de 1917. Los bolcheviques eran solo el 23,5% del total de los asambleístas. Por eso en octubre del mismo año, apoyados por un ejercito de paramilitares, tuvieron que usar la fuerza para tomarse el poder. En 1919 la minoría del partido comunista húngaro al mando de Béla Kun enredó (su fuerte) a los socialistas para llegar al poder en Hungría y como no tenían ninguna propuesta ni estaban preparados para gobernar, el ministro de educación Georg Lukács se dedicó a adoctrinar a los niños para convencerlos que el comunismo era maravilloso con figuras retoricas y ataques frontales contra el núcleo familiar y la religión. La sociedad húngara, una de las más cultas del mundo en ese momento, reaccionó y los sacó del gobierno a los pocos meses.
A los intentos de Lenin y de Lukács por cambiar la percepción que se tenía del comunismo le siguió la conformación de la Escuela de Frankfurt en el periodo de la entre guerra. Comunistas que hicieron un acto de contrición porque se dieron cuenta que los fracasos estruendosos de los pocos gobiernos comunistas y su discurso poco creíble para efectos electorales, los tenía condenados al fracaso para llegar al poder por la vía democrática. Lo primero que hicieron fue dejar de hablar de marxismo y solo se dedicaron a hablar de cultura e ideología, basados en la tendencia europea de la cultura de masas, el auge de los medios de comunicación y el psicoanálisis.
Dejaron de llamarse “Comunistas” y empezaron a cambiar de disfraz acorde con el vaivén de las tendencias y de los tiempos. Se han auto denominado de “Izquierda”, “Extrema Izquierda”, “Socialistas”, “Socialistas del Siglo XXI”, “Progresistas” y últimamente de “Centro Izquierda” (como los actuales alcaldes de Bogotá, Medellín y Cali) porque los extremos son malos (el discurso maniqueo de Lenin) en cambio en el centro están los lugares comunes: la paz, la anti corrupción, el anti racismo, la protección del medio ambiente, el feminismo, el animalismo, la protección a los niños o la protección a las minorías étnicas. Un discurso fácil para seducir a incautos e ignorantes con causas prestadas y sin argumentos propios.
Las pruebas PISA de la OCDE muestran que los niños y jóvenes colombianos no saben leer de manera crítica. Leen pero a partir de esa lectura no pueden realizar un análisis, ni confrontar lo leído con otro texto, y menos, producir un nuevo texto a partir de lo leído. Según el experto Julián de Zubiría eso trae como consecuencia, entre muchas otras, que los jóvenes colombianos forman su criterio con base a las emociones.
Edelman publicó el pasado mes de enero su Trust Barometer 2020. En el mundo las personas no creen en la información que publican los medios de comunicación tradicionales por tratarse de información mentirosa, altamente sesgada, poco objetiva o que oculta la verdad. Es tan alto el nivel de decadencia de los medios tradicionales colombianos que, según la misma publicación, se considera a los periodistas nacionales como incompetentes y sin ética profesional al igual que califican el contenido publicado en el microcosmos de las redes sociales como la información menos confiable de todas.
En una sociedad que no sabe leer de manera crítica y en la que los medios de comunicación no tienen ningún tipo de credibilidad o capacidad real de influir en la opinión pública, lleva a que los sesgos cognitivos sean la base para la toma de decisiones de todo tipo, incluidas las políticas.
Daniel Kahneman y Richard Thaler recibieron el Premio Nobel de Economía por realizar trabajos en los que pudieron mostrar cómo los seres humanos obviaban la información al tomar decisiones de inversión en momentos de incertidumbre y se basaban en referencias, casos del pasado de éxito o fracaso empresarial, sus vivencias o las de terceros para decidir si compraban o vendían acciones de equis o de ye empresa. Se infiere que el comportamiento esperado de su inversión podría ser el mismo al ocurrido en empresas similares, en entornos parecidos que se presentaron en el pasado y del que fueron testigos o tuvieron alguna referencia.
Un ejemplo de sesgo cognitivo es el fenómeno que se presentó en Colombia cuando Gustavo Petro pasó a la segunda vuelta en la elección presidencial del año 2018 y muchos de los venezolanos que se habían venido a vivir a Colombia huyendo de la barbarie y atrocidades del “Socialismo del Siglo XXI”, empezaron a vender sus activos para poder emigrar porque no querían quedarse a padecer, otra vez, los atropellos de los que fueron victimas de manos de los agentes de la tiranía venezolana.
También se incluyó la “Cláusula Petro” en los contratos de finca raíz para que en caso de ganar Petro, se disolvieran los negocios pactados. El sesgo cognitivo creado con base a la percepción negativa causada por la debacle de la economía venezolana y por la cercana amistad y afinidad ideológica del dictador Nicolás Maduro con Gustavo Petro, anticipaba la posibilidad de la quiebra de la economía colombiana por el inicio de las expropiaciones, la desaparición de la propiedad privada, la eliminación de las libertades económicas, la persecución política, el final del Estado de Derecho, la censura a la libertad de expresión y por la destrucción del tejido social que trae el comunismo.
En el Reino Unido muchos votaron por Boris Johnson por miedo al marxista Jeremy Corbyn. En los Estados Unidos se está presentando un éxodo masivo de las toldas del Partido Demócrata por la presencia en la campaña de Joe Biden de marxistas radicales como Kamala Harris (candidata a la vicepresidencia), Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez. Todos los días se unen miles de jóvenes a los grupos Walk Away Democrats Campaing y al «Blexit» (Black Americans are leaving the Democratic Party), formado por jóvenes afroamericanos hastiados de la violencia irracional de Black Lives Matter que cuenta con el apoyo del ala comunista de los demócratas.
Algunos analistas sostienen que los políticos latinoamericanos que han ido a Washington a solicitar la no intervención militar en Cuba y Venezuela es con el objetivo de mantener a la región libre del comunismo. La diáspora venezolana llevó a millones de “embajadores” a todos los países de América portando el mensaje de la ruina y la desgracia que trajo a su Nación el comunismo disfrazado de “Socialismo del Siglo XXI” y mientras se perpetúe ese monumento al fracaso que representa Cuba y Venezuela, el sesgo anticomunista se perpetuará también. La percepción siempre primará sobre la semántica.