Por: Abelardo De La Espriella.
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Cuando Winston Churchill les advirtió a Europa y al mundo entero -muchos años antes de la Segunda Guerra Mundial y del abominable holocausto nazi-, sobre el peligro inconmensurable que entrañaba la figura de Adolf Hitler, las mayorías de la época hicieron caso omiso: a Churchill nadie le prestó atención en ese entonces. Es natural que el ser humano sea incrédulo y escéptico. Tampoco es fácil para muchos aceptar que hay líderes que se adelantan a los tiempos, y que poseen ese peculiar instinto de vislumbrar el futuro, condición que Charles de Gaulle llamaba presciencia: “Mis decisiones políticas son para los diarios de pasado mañana”, solía decir el estadista francés. Por ello precisamente, los líderes son lo que son; porque pueden leer la realidad de una manera especial y, gracias a ello, saben dirigir el “barco” llamado Nación con mayor precisión que los demás. El auténtico líder sabe exactamente cuál es el camino que hay que tomar para avanzar, sin miedos y con convicción. “Nadie se equivoca cuando hace lo correcto”, como dijo otro grande: Mark Twain.
Al titán de Churchill no le pararon muchas bolas con sus reservas y prevenciones sobre el psicópata de Hitler, pero a nadie se le ocurrió culpar al primero por las barbaridades cometidas por este último, cuando el tiempo le dio la razón al inolvidable Sir Winston. Así estamos en Colombia, y no es para menos, aunque es notorio el abismo de dimensiones bíblicas que hay entre Europa y esta mal llamada tierra del “Sagrado Corazón”. Para la izquierda, el culpable de que los bandidos de Iván Márquez, Jesús Santrich y demás malhechores de la banda terrorista que encabeza ese par hayan “regresado” (creo que nunca las dejaron) a las armas es Álvaro Uribe Vélez. ¡Háganme el maldito favor! Como decimos en el Caribe: “¿Qué tiene que ver el caldo con las tajadas?” Los que incumplieron los acuerdos fueron Márquez, Santrich, el Paisa y compañía Ltda., pues siguieron traficando cocaína y haciendo lo que más les gusta: delinquir. No fue el presidente Uribe el que ordenó a la DEA hacer una investigación encubierta, ni tampoco le pidió a Marlon Marín que declarara contra su tío Iván Márquez y su socio Jesús Santrich; tampoco fue Uribe quien grabó el video del “invidente inocente” hablando de extraordinarias “exportaciones” de alcaloide hacia Estados Unidos.
Con la “mamertería” no se puede, pues a ellos no les interesan las razones, sino las justificaciones que les permitan mantener esa perversa combinación de todas las formas de lucha para hacerse al poder. No hay lógica ni sindéresis, cuando de defender a sus aliados se trata. Están histéricos y desatados porque se está cayendo a pedazos la farsa de La Habana; pero hay algo que los molesta muchísimo más: Álvaro Uribe acertó en todo lo que dijo sobre el esperpento engendrado por el tartufo Santos. Y es que nada bueno podía salir de una negociación que fue en realidad una claudicación del Estado de Derecho ante el terrorismo. Una paz sin justicia genera más guerra, máxime cuando los autores de delitos atroces y de lesa humanidad se van al Congreso con curules regaladas, sin ni siquiera pagar una pena alternativa, y, lo que es aún más grave, sin reparar a las víctimas. Ni que decir de la burla a la voluntad popular: un acuerdo rechazado con el NO en las urnas no tiene vocación de perdurar.
Yo no soy Churchill ni Uribe, pero también me cansé de advertir lo que implicaba confiar en un grupo de personas que habían cometido los delitos más espeluznantes: cuando un ser humano traspasa ciertas fronteras, no hay retorno posible. Esto dije al respecto en mis artículos de opinión unos años atrás:
“Ningún proceso de paz justifica que se le entregue en bandeja de plata el país a quienes tanto daño han causado”. (“La trampa de Santos y las Farc”, mayo de 2014)
“La paz es una sola, y no hay nadie que pueda negarse a ese bien superior; pero esa paz no puede ser a la medida de Santos y sus amigos: una paz impuesta es una paz que no tiene vocación de permanencia”. (“Autoatentado a la paz”, agosto de 2014)
“Uribe es necesario para garantizar una paz estable y duradera: el expresidente opositor representa a cerca de 7 millones de electores, que no están de acuerdo con Santos y su manera de hacer la paz, sin que ello signifique que no anhelen una Colombia sin conflicto”. (“Santos, Timochenko, Uribe y la paz”, octubre de 2014)
“Si no se resuelve el problema jurídico, cualquier acuerdo de paz será precario. Si el proceso se saca adelante violentando normas internacionales, durará lo que un raspao en la puerta de un colegio”. (“La fórmula jurídica”, enero de 2015)
“Si quieren gabelas, los desmovilizados deberán pedir perdón, reparar a las víctimas y contar toda la verdad sobre sus negocios, socios, rutas y contactos, so pena de perder los beneficios, si no lo hacen”. (“Mi aporte a la paz”, septiembre de 2015)
“La Constitución y la Ley están sufriendo toda suerte de cambios estructurales, para adaptar el Estado a las exigencias y caprichos de la guerrilla, bajo la égida del tramposo Fast Track, ideado por el régimen y sus áulicos”. (“Las Farc cogobiernan a Colombia”, abril de 2017)
“Se cocina, ante los ojos del país y de la comunidad internacional, la operación de lavado de activos más grande de la que el mundo tenga registro, por cuenta del recién firmado Decreto Presidencial 903, que legalizó de un tajo la plata pútrida de las Farc”. (“La lavandería de las Farc”, junio de 2017)
“En la práctica pasará esto: no habrá verdad ni justicia ni reparación para los millones de víctimas de las Farc; en cambio, Timo y sus camaradas ganarán, en los estrados judiciales, la guerra que no pudieron coronar en el monte, encausando a todos aquellos que consideren enemigos. La JEP será, sin duda, la corte de las Farc. (“La corte de las Farc”, septiembre de 2017)
“Jesús Santrich debe ser extraditado, como en derecho corresponde; ya pasaron aquellas épocas en la que los genocidas compraban bulas papales para ganar indulgencias y el perdón de sus pecados. (“La catedral de Santrich”, mayo 2018)
“Creer en las carantoñas y las buenas intenciones de un grupo de subnormales capaces de cualquier monstruosidad no deja de ser un acto de infinita estupidez. Hay que recordar siempre que se trata de malandros profesionales que solo entienden la existencia a través del prisma del delito, una forma de vida que la mayoría de las veces no tiene retorno: después de cruzar ciertos límites y rebasar algunas fronteras, no hay redención posible. (“Tras de terroristas, asesinos y traquetos, rateros,” mayo de 2018)
“La JEP es un esperpento jurídico que nace del desconocimiento de la voluntad popular que dijo NO a los acuerdos de la Habana, un bodrio avalado por un Congreso comprado y una judicatura entregada al régimen, que debe ser excluido del ordenamiento legal colombiano”. (“Una vergüenza llamada JEP”, mayo de 2018)
Los que nos oponemos a la impunidad no queremos la guerra y mucho menos esperamos que el Estado incumpla con el mandato constitucional de combatir el delito en todas sus manifestaciones. El patriotismo es una “enfermedad” incurable que implica estar de lado de la institucionalidad y la ley.
La ñapa I: Representantes caricaturescos, barriobajeros y francamente indeseables de la izquierda radical salieron a atacar con toda suerte de epítetos al presidente Uribe por el video que publicaron hace pocos días los narcoterroristas de Márquez y Santrich, lo que equivale a que la mamá de un abusador le eche la culpa de una paliza a la mujer víctima de maltrato, mientras justifica al autor, su “incomprendido” vástago; como quien dice, buscan el muerto río arriba, pero, en fin, para esa gente la lógica no existe. Ojalá fuesen igual de vehementes para reclamarles a los forajidos de marras la sarta de amenazas que lanzaron; pero sé que eso es mucho pedir para aquellos que están en contra de la discriminación, cuando son los primeros en fustigar a otros por su estilo de vida y forma de vestir; odian la tauromaquia, pero les encanta el aborto; Álvaro Uribe les parece un genocida, sin que haya una sentencia en su contra que así lo corrobore, mientras que ven a los miembros de las Farc como monjas de la caridad, esos sí, con cientos de fallos judiciales a cuestas; hablan del libre desarrollo de la personalidad, pero pretender imponer como fuere su forma de ver el mundo, y, por supuesto, detestan y persiguen a todo aquel que piense diferente y hasta creen el cuentico de que Coronel es judío. No perdamos el tiempo con esos especímenes; no debemos prestarles atención; hay que concentrarse en concientizar a la gente pensante de este país sobre los peligros que implica para la democracia, el socialismo, la izquierda, el comunismo, o como sea que llamen a ese cáncer que ha hecho tanto daño en otras latitudes.
La ñapa II: ¡Qué bueno sería para el país conocer la lista de periodistas fletados por Odebrecht! Ya veremos quienes son los farsantes que se escondían bajo la máscara de adalides de la moral.