Por: Fernando Londoño
La furia de los conspiradores no pasa de un tic nervioso, el que sienten todos los de su especie cuando quedan la vista sus maquinaciones criminales.
El periodista Gustavo Rugeles se limitó a poner en evidencia ante el país la trama de estos pájaros de cuenta.
A la cabeza estaba, como correspondía, el más siniestro personaje de la reciente dolorosa historia de Colombia. Juan Manuel Santos no se robó cualquier cosa. Se robó un país entero. Los colombianos siempre se preguntarán qué se hizo la más grande bonanza petrolera de todas las épocas, que seguramente no volverá. Se la robaron Santos y sus amigos, que convirtieron ese inmenso patrimonio de Colombia en mermelada para llenar las fauces glotonas.
Pero no le bastó al contertulio jefe de esta reunión para el complot. Pasarán varias generaciones antes de que se pague el endeudamiento que puso en las espaldas del país. Para no andar con cifras que confundan, resumamos este atraco diciendo que Santos endeudó a Colombia en una cantidad igual a la que lo hicieron, sumados, los presidentes desde Simón Bolivar hasta este supremo saqueador del erario. Razón había para esconderlo detrás de un armario.
El anfitrión de la fiesta era Juan Fernando Cristo, el que saltó a la fama como miembro destacado de la pandilla samperista, la que se robó unas elecciones con la plata de los carteles de la cocaína. Ya entenderán por qué este complot se perfila como el de los protectores y beneficiarios del negocio maldito que despedaza a Colombia.
Tercero en esta concordia de rufianes resultó el Senador Cepeda, famoso porque se dedicó a recorrer cárceles para asociar a su causa, con video grabadora en mano, a los peores delincuentes que poblaban estos recintos. No se le conoce otra habilidad. Carece de talento y de ilustración para tareas más altas.
Con esa terna de ases cualquiera se pone en guardia. Y se llena de estupor y pánico cuando ve a estos sombríos personajes acompañados por los máximos dirigentes de las FARC, que no han tenido arrepentimiento ni para cambiar el nombre de su grupo terrorista. Siguen siendo de las FARC, Timochenko y Catatumbo y Alape, y Tornillo y El Paisa y Márquez y Fabian Ramírez y Joaquín Gómez y Gentil Duarte. Todos alineados para ejercer su poder maldito sobre vastas regiones de Colombia, con las banderas de la cocaína en alto.
Ya se explica cualquiera el armario encubridor, la reacción de los sicarios que acompañaban a estos truhanes y las explicaciones de Cristo, el malo, apenas proporcionales a su talento.
Las cosas son claras, máxime cuando el dueño de casa sale a contar que semejante ágape era para examinar la marcha de la paz en el país. Era sencilla la cuenta de los desplazados, los muertos en la masacres de todo este tiempo, los niños robados, los soldados y policías asesinados, la cocaína exportada. Se la saben de memoria como que ahí estaban los autores y responsables de semejante tragedia.
Pero a la verdad que no estaban reunidos, entre las sombras de la noche, en secreto ignominioso, solo para hacer cuentas. Algo mucho mejor los convocaba, no las miradas a su pasado de vergüenzas sino los proyectos que se traen para el futro que los enlaza y los agrupa. Los que empiezan, claro está, por el complot que organizan contra un Presidente que no lo nota, o hace como que no lo nota ni le importa y contra lo que queda contra esta pobre Patria nuestra, queridos lectores.
La reunión de los Santos y los Cristos, póngale cada uno el nombre que le plazca, tiene por obvia primera causa la de seguir disfrutando de sus gajes actuales y mejorarlos para su mañana. No les basta lo que han hecho. Quieren mucho más o tal vez adviertan que no tiene regreso su caída al abismo. Y no hay nada más peligroso que una rata acorralada.
No tengan duda de que es el objetivo primero del complot, mantener cada día más provechoso el negocio de la cocaína. Y cuidar sus rendimientos, desde luego. Hay que echarle un vistazo a los miles de millones de dólares guardados para seguir dominando el tráfico y a sus víctimas, todos nosotros. Sin droga, no hay futuro, lo saben.
Sigue la tarea de empobrecer más al país. Esta mafia se dice comunista para encubrir lo que pretende. Y no hay comunismo sin miseria. Nada más peligroso para estos socialistas que un pueblo progresista, con empleo y esperanzas. Lo necesitan miserable, entregado, iracundo sin que sepa, exactamente, por qué. Los paros inminentes no son casualidad.
Rugeles los puso en evidencia. Nos corresponde a todos, si no hay gobierno que los enfrente, exhibirlos a la luz del día, con sus aspiraciones siniestras, sus maquinaciones repugnantes. Las imaginábamos. Ahora están a la intemperie.