Por: Abelardo De La Espriella.
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La defensa de la honra, del buen nombre y la legitimidad de ejercer ese derecho no pueden ser cercenados al presidente Álvaro Uribe Vélez y tampoco se le puede pedir que siga callando, después de décadas de ser la pera de boxeo a la que la izquierda panfletaria golpea cada vez que quiere alimentar a su masa enceguecida por el ya conocido ejercicio de marketing político por ella utilizado: promover el odio como arma propagandística para ganar adeptos en un país lleno de necesidades y de olvidados, dispuestos a seguir a cualquiera que aupe su rencor, sus rabias, sus frustraciones.
Los creadores de la estrategia del caos, encabezados por Gustavo Petro, encontraron réditos políticos usando una inveterada herramienta de la manipulación de las masas: mentir, mentir y mentir, a partir de la premisa de que una falsedad repetida mil veces se transforma en una verdad colectiva y que de la mentira algo queda. No hay duda: la infamia viaja más rápido que la verdad.
Pero no les basta la mentira como herramienta de manipulación enfilada en contra del contradictor por excelencia: los conocedores de las leyes de la estrategia y la propaganda saben bien que, para crecer en figuración, para estar en los titulares, para acaparar el show en el cuadrilátero político, hay que buscar graduar de contradictor al más grande que se encuentre para ello en el ruedo; de esta forma, el anodino logrará notoriedad real, alguien que, como Petro, por ejemplo, solo tenía de plante político e imagen el haber sido un criminal amnistiado, pero que hoy es visto por muchos equivocados como un héroe.
De esa manera Gustavo Petro, que es un perro de presa desde sus épocas crimínales en el M-19, juntó las dos premisas aplicadas históricamente por los radicales y, desde una curul en el Congreso, emprendió una estrategia para perseguir sin cuartel y con base en invenciones y deseos torticeros, al líder más importante e influyente de nuestros días, para graduarlo así de contradictor a partir de sistemáticos ataques; nefasta labor que, hay que decirlo, ha cumplido parcialmente con sus objetivos propagandísticos.
Me explico: Gustavo Petro se convirtió en lo que quería: en el líder político que aspira a ser presidente de Colombia basado en la táctica de mentir, acusando falazmente a Álvaro Uribe de cuanto entuerto se le ha ocurrido, escondiéndose en su fuero parlamentario y en su calidad de supuesto denunciante de escándalos que durante años han mancillado la vida pública, política, privada y familiar del Presidente Uribe, sin que se haya probado ninguna de las infamias difundidas por Petro y desde las toldas de la izquierda recalcitrante.
La estrategia no solamente le permitió catapultarse como figura pública al gestor de la política del odio de clases, sino que parece haber lavado sus crímenes ante la opinión pública: de tanto cacarear las mentiras en contra de aquel a quien convirtió en su rival por conveniencia, se robó la agenda de opinión y parece que al país le dejaron de importar los asesinatos, los secuestros, las alianzas con Pablo Escobar, la quema de los magistrados dentro del Palacio de Justicia, el desastre de su alcaldía en Bogotá y otros tantos crímenes de los que son responsables impunes alias Aureliano y su banda terrorista.
Así están las cosas desde hace décadas, así se ha forjado el candidato de la izquierda -¿y por qué no decirlo?- también gracias al talante democrático del presidente Uribe, quien, equivocadamente, según lo veo yo, permitió afrenta tras afrenta del manipulador de masas sin enfrentarlo desde el principio con las armas que el Estado de derecho provee, en un gesto de nobleza democrática que su enemigo ha sabido capitalizar de la mejor manera, hasta que por fin, en una intervención como senador de la República, esta semana, Uribe calificó a su calumniador, también senador, como lo que es: un sicario moral.
¡Y quién dijo Troya! La mamertería, empujada por su capo y demás alimañas de esa horda, salió en gavilla a acusar al agredido que se defendía legítimamente de su agresor con unas palabras que no entrañan mácula legal ni lingüística alguna o ¿cómo se debe llamar a aquel que se dedica obsesivamente a difundir mentiras que acaban con el honor, el buen nombre, con la moral y la reputación, ya no solo de una persona, sino de todo un conglomerado? En vez de sicario habría que decirle asesino moral; me parece, en todo caso, que el calificativo sigue siendo blando, para quien nunca respetó la ley siendo un criminal clandestino, en una banda delincuencial y que tampoco lo hace ahora, usando la propaganda y la manipulación de las masas como forma de lucha política.
Probar un hecho que ha ocurrido es materialmente posible en toda la teoría de la prueba y el derecho (quien debe certificar el hecho es quien acusa); pero probar lo que no ha existido es imposible en el mundo ontológico y desde la óptica probatoria, con lo cual fácil le queda al falso acusador lograr su objetivo de manipulación de masas, máxime si está bendecido por la impunidad, que parece ser su escudo protector; aunque no por mucho tiempo, pues el proceso por las bolsas de billete está vivo y cogiendo fuerza en el interior de la Corte Suprema: han de venir decisiones importantísimas.
Le creo a Álvaro Uribe, un demócrata a carta cabal, honesto y patriota como el que más, un hombre que transformó la Patria para siempre; no le creo ni el padrenuestro a un exterrorista lleno de resentimiento y complejos, que recibe plata sucia, que tiene una vida privada licenciosa y sórdida y que afortunadamente jamás será presidente de Colombia.
La ñapa I: Tremendo “alegato final” el del expresidente peruano Alan García. Nada como una muerte digna para rechazar las tropelías y vejámenes. Independientemente de si tuvo o no responsabilidad penal en el caso Odebrecht, lo cierto es que García actuó con ardentía y coraje. Si yo estuviera en su lugar, habría hecho lo mismo, cambiando apenas algo: me dispararía en el pecho, para probar que los penalistas sí tenemos corazón. ¡Paz en la tumba de un titán!
La ñapa II: Lo dije desde el primer momento: la JEP es una farsa insostenible. Ese esperpento no fue pensado para las víctimas, sino para los verdugos. Santrich, Márquez y el Paisa, son la mejor prueba de lo anterior: para ellos no hay ley; solo gabelas.
La ñapa III: ¡Qué delicia saber que la incontinente verbal Ángela Robledo salió del Congreso! Se hizo justicia legal y poética.