Por: Fernando Londoño Hoyos
“nada ha quedado ya a salvo de la morbosa curiosidad de un público depravado por la necedad” (Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo, Alfaguara, Colombia, 2.012, página 156)
Por supuesto que el Fiscal Barbosa no está impartiendo la parte de la justicia que cabe en su competencia, sino montando espectáculos, la moderna y conocida fórmula para ocultar la mediocridad y el fracaso. Lo sabemos todos. ¡Pero es tan entretenido el tinglado de esta farsa!
Si Barbosa fuera un hombre serio y cabal, habría hecho acompañar la decisión contra Aníbal Gaviria de lo que llaman la “compulsa de copias” contra todos los fiscales, principales y delegados, que dejaron pasar 15 años sin instruir este proceso. Este es el verdadero escándalo. Quince años guardado este expediente, es lo que resulta ignominioso y vergonzoso. Nadie le puede creer a una Fiscalía que incurre en semejante abandono de sus deberes.
Esa instrucción ha prescrito, para todos los efectos. A los quince años de abandono, no hay quién recuerde los hechos, ni hay documentos que los recojan, ni situaciones que no hayan quedado destrozadas por el paso del tiempo, ni testigos, ni posibles beneficiarios, nada. A Aníbal Gaviria lo citan a una defensa imposible. Eso es inicuo.
Por supuesto que no fueron quince años de trabajo investigativo, de lucha desvelada por encontrar la verdad, precaver el daño, servir a la justicia. No. El tema es tan elemental y simple, que un fiscal honrado lo deja listo en un mes y un defensor aplicado lo esclarece en tres días. El expediente durmió entre anaqueles polvorientos todo el tiempo, para resucitar ahora, cuando hay espectáculo para ofrecer, honras para destrozar, cálculos para servir y sobre todo, otras cosas para ocultar. Ese polvero se levanta para tapar muchas cosas, eludir muchas preguntas, servir muchas causas innobles.
Por supuesto que no hemos revisado el contenido de un proceso que se le tira a los lobos hambrientos para que se distraigan de las presas reales. Pero no puede ser cosa del otro mundo, lo decimos tras de nuestra larga experiencia en esa materia. Mirar si la modesta ampliación de un anticipo se justifica o no, lleva minutos de análisis. Y decidir si aparece justificada en el 10% del valor del contrato su ampliación, es otra pequeña cuestión, nada fácil de dilucidar. Y para entonces, ¿dónde estaban los interventores, los procuradores, esa tropa ingente que merodea por los contratos de derecho público? En silencio. Y los Fiscales, ahora tan dicharacheros, en qué andaban?
El paso del tiempo ha tenido que resolver los problemas del momento en que pudo cometerse la ilicitud. Porque ya quedaría claro, mil veces claro, si la pavimentación quedó bien o mal hecha y si los costos finales de la obra se concilian o no con los que pueden compararse con ella. Claro que el tiempo que dejó pasar la Fiscalía es tan enorme, que una inspección judicial carece de objeto. Quince años después el pavimento es otro, la ruta distinta y ya se sabrá o se habrá olvidado si la adición resultó útil y el puentecito que se construyó resultaba necesario para que sirviera a la finalidad que con el contrato se buscaba. Después de ese tiempo, la cuestión no es de jueces instructores, sino de historiadores de la ingeniería, si es que los tales existen y pueden aplicarse a tan pequeño menester.
Otra inconsecuencia, que pone en evidencia la ridícula decisión de la Fiscalía, es la orden de captura dictada contra Gaviria. Ahora apareció que uno de los políticos más conocidos y visibles; uno de los más claros aspirantes a ser figura de relieve en la política colombiana; uno de los más eficaces conductores de la gente en estas épocas de crisis, es un peligro para la sociedad. ¡Vaya, vaya!
Si la providencia del Fiscal se hubiera limitado a continuar una causa, tan envejecida y pobretona, no hubiera pasado nada. Por eso era necesario completar la escena, declarar a Gaviria un peligro para la sociedad y meterlo a la cárcel. Eso estuvo bien calculado. El Gobernador de Antioquia entre rejas sí es noticia, sí es parte atractiva del circo mediocre que se ha montado.
Nunca tuvimos cercanía especial con Aníbal Gaviria. La vida nos enfrentó con su padre en un debate que llevamos con intensidad y con altura. Tenemos por su hermana Sofía admiración y respeto. Y como todos los colombianos, sentimos traspasado el corazón cuando recordamos el atroz asesinato de su hermano por parte de las FARC. Tal vez por esta distancia, fortuita pero leal, estamos autorizados para unirnos al coro que canta el desprecio, la indignación, la santa ira que estalla al comprobar, otra vez, que no tenemos justicia sino una farsa con su nombre, “esa degradación de la cultura y el espíritu que es la civilización del espectáculo”. (Vargas Llosa, ibídem, página 181)