Por: Fernando Álvarez
El candidato a la presidencia Abelardo de la Espriella, como en las aguerridas competencias ciclísticas que transmitía el legendario narrador Armando Moncada Campuzano, ya se despegó del pelotón. Aunque no están permitidas las encuestas en la carrera presidencial hay mediciones en redes que lo confirman. Y mientras algunos discuten que estas no parecen científicas, la impresión que se vive es que los hechos son tozudos y esa realidad no se puede negar. Los aspirantes del equipo del Centro Democrático que venían disciplinadamente haciendo méritos para ver cuál de ellos se pondría la camiseta de líder del grupo uribista, tropezaron con el atentado criminal a uno de sus integrantes, Miguel Uribe, en una etapa accidentada por la confusión, el terror y la urgencia de identificar los responsables. Sin proponérselo terminaron en una especie de carrera de relevos para tratar de entregar la posta que portaba el candidato asesinado en medio del desconcierto y de la automática suspicacia o incluso de la prevención que suscita un magnicidio de tal magnitud.
La búsqueda afanosa por suplir este vacío llevó a los uribistas a cometer errores crasos como el de pensar que, como el padre del candidato eliminado físicamente tenía su mismo nombre, lograría automáticamente recoger sus banderas y conseguiría que se le endosara esa intención de voto. Esto forzó a un aplazamiento de la fecha para escoger el candidato del equipo uribista y en consecuencia le bajó sustancialmente la espuma al concurso intrapartidista, con lo cual se disminuyó la emoción del electorado en medio de la sensación de que el Centro Democrático no supo surtir este impasse con grandeza. Buena parte de esta responsabilidad recae en la propia familia del candidato, la cual se aturdió de tal manera que permitió que surgieran apetitos electorales tanto del padre de Miguel como de su viuda, María Claudia Tarazona, lo que recayó necesariamente en el debilitamiento del proceso de consulta transparente que previamente se había diseñado para escoger el candidato del Centro Democrático.
María Fernanda Cabal, que en los últimos meses se vislumbraba como la de mayor opción, sintió que nuevamente aparecía una sombra como la que se le atravesó en campañas anteriores y tuvo que bajar la cabeza para no quedar como insensible en medio del dolor que acongojaba al partido. Sobretodo cuando fue la propia viuda de Miguel Uribe quien se rebajó para intentar quebrantar esa voluntad partidista. Pero a pesar de todo, el ejercicio realizado por María Fernanda Cabal ha sido sólido y responsable. En general el ejercicio de la competencia de las tres damas uribistas, junto con Paloma Valencia y Paola Holguín, ha resultado enriquecedor y cada vez más se nota que se han cualificado. Se escuchan más sustanciosas sus intervenciones y sus apariciones en público muestran unas guerreras dignas de mejores escenarios. Pero el machismo que subsiste en la política, no les ha permitido mostrar su brillo natural ni ha dejado reflejar sus ingentes esfuerzos por liderar la coyuntura.
Y si a esto se suma la concepción patriarcal que ellas mismas fomentan con la casi veneración al expresidente Alvaro Uribe, se comprende por qué se ha dado rienda suelta a una especie de subestimación a las candidatas mujeres. No porque no las vean capaces de dirigir el país sino porque en el fondo no las ven suficientes para derrotar a Petro. Son valiosas dirigentes que han servido para sensibilizar al electorado uribista, pero algunos influyentes machos del partido aún las ven débiles para derrotar a quien decida Petro, para enfrentar el fantasma del castro chavismo o para ganarle la partida definitiva al Socialismo del Siglo XXI. Otra de las preocupaciones del uribismo con sus aspirantes internos es la capacidad de ganar adeptos en el centro, rendija por la cual se ha metido el exembajador santista Juan Carlos Pinzón, a quien algunos ven como el caballo de Troya del expresidente Juan Manuel Santos, razón por la cual el panorama se ha enrarecido aún más.
Y como existe la ley física según la cual todo cuerpo tiende a ocupar un espacio vacío, en las ultimas semanas ha sido notoria la puesta en escena de Abelardo De la Espriella. Se siente el despegue del candidato que promete extraditar a Gustavo Petro y “extirpar el cáncer de la Izquierda” o meter presos a los corruptos petristas. De la Espriella ha logrado hacerse notar con frases sonoras y una actitud desafiante que en el ocaso del gobierno de Gustavo Petro encuentra audiencia en un electorado decepcionado con la izquierda. Enérgico, sin pelos en la lengua y con estilo provocador Abelardo ha seducido a ese votante tradicional hastiado de la manipulación populista y asustado con la perspectiva de la perpetuación de la izquierda. Un candidato que se muestra férreo y decidido, que acusa frontalmente al presidente Petro de ser el líder de la mafia y que con propuestas audaces como la de nombrar vicepresidente al expresidente Alvaro Uribe Vélez, le ha logrado pegar al tablero. Hoy se percibe como un líder capaz de mantenerse firme para ganar limpiamente el premio de montaña en la contienda uribista y para ser quien se siente en el solio de Bolívar el próximo año.
De la Espriella ha entendido como ninguno que la política moderna tiene mucho de show. En eso les lleva una ventaja a sus competidores. Es un hombre histriónico, irreverente y sabe ponerle un poco de tinte folclórico costeño a su aspiración. Canta, hace podcast, escribe novelas, produce ron y construye fortuna. Se muestra como una persona exitosa y eso despierta envidia y admiración. Vicky Dávila, que venía poco a poco robándose el show comenzó con errores y ha dejado ver que se puede desesperar. Su principal error fue emprenderla contra el propio Abelardo de la Espriella, de tal suerte que mientras a él sus ataques le sumaron, a ella le restaron. Quedó en evidencia que ella ignora que no basta con tener un medio amigo para conquistar el mundo mediático y que definitivamente la experiencia no se improvisa. Algunos de los más seguros seguidores influyentes en la derecha inclinados por Vicky han corrido raudamente hacia Abelardo. El papel de outsider que desempeñaba Vicky con decoro ha dado paso al de un exponente con garras de tigre, animal que Abelardo mismo ha escogido como símbolo para dejar claro que se vino con toda.
Lo cierto es que por el lado de la derecha las etapas que siguen en esta competencia se ponen interesantes. Y a pesar de las zancadillas de la historia a María Fernanda Cabal ella se perfila como la rotunda ganadora de la medición interna del Centro Democrático. Sin que Paloma Valencia o Paola Holguín desmerezcan, Cabal ha hecho bien el trabajo y en franca lid todo indica que saldrá vencedora y desde luego fortalecida con el apoyo de los demás contrincantes internos. No es feminismo, pero el candidato Andrés Guerra no da ni guerra. Y la contienda se pone buena con una María Fernanda crecida por la legitimidad del proceso del partido y un Abelardo inflado con el apoyo de los que lo ven como el tigre que puede derrotar al petrismo, cualquiera que sea su candidato. Y como todo apunta a que en la izquierda los méritos se los lleva el que mejor combata al expresidente Uribe, Iván Cepeda se lleva las palmas por haber instigado el enjuiciamiento a Uribe y protagonizado su condena, discutible, pero condena. Y si es Cepeda, lo que se percibe es que el tigre es Abelardo. No por machismo sino por realismo mágico.